Una historia que cambiará para siempre tu manera de ver las discusiones de pareja

Me casé muy jóven con el amor de mi vida. Es la mujer más maravillosa que existe y somos felices juntos, pero a veces, como cualquier pareja, discutimos. Nos casamos cuando apenas cumplíamos ventiún años, estábamos enamorados pero éramos muy inamduros. Tuvimos que crecer estando juntos y eso nos llevó, muchas veces, a enfrentarnos y pelear.

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Comenzábamos discutiendo cualquier asunto cotidiano y terminábamos recriminándonos errores pasados, mezclando un argumento con otro, enredando la situación hasta hacerla insostenible. Para mí era fundamental hacer que ella comprendiera mi punto de vista; también quería, a toda costa, que fuera ella la que se acercara a mí y me pidiera disculpas. El orgullo se convertía rapidamente en una barrera que nos separaba.

Un día, luego de una tremenda pelea, fui a casa de mis padres para darnos un espacio e intentar pensar con claridad. Sentía que ya no podíamos estar en el mismo espacio y ella creía lo mismo.
Pasé algunas noches con mamá y papá, sin hablar demasiado de lo ocurrido, e incluso llegué a pensar que lo mejor era separarnos para dejar de hacernos daño. Pero entonces sucedió. Mi madre vino a mí, se acercó y me apretó en sus brazos como cuando era niño. Por un rato no hablamos y luego, así no más, me dijo: “Ella no es tu enemigo, es el amor de tu vida. No importa cuál sea el asunto, no importa qué tan grave sea un problema, ella es la persona más importante para ti, la que elegiste para compartirlo todo. No hay nada que justifique que no le hables con amor“.
Entonces entendí que todo ese tiempo había estado poniendo mi orgullo por encima de mi amor, que cada palabra hiriente que nos decíamos me dolía profundamente porque lastimaba el vínculo sagrado que juramos mantener.
Claro que seguimos discutiendo. Construir un proyecto de vida con alguien es uno de los retos más grandes que puede asumir una persona, y siempre habrán obstáculos y desacuerdos. Pero ahora, cada vez que está a punto de detonarse la pelea, la miro y algo en mí recuerda que es el amor de mi vida y que nada justifica que le haga daño. Mi esposa no es un oponente, es mi equipo, mi soporte, el amor más grande que conoceré, y nada justifica que no le hable con amor.