El viaje al infierno que comenzó con una solicitud de amistad en Facebook

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Esther tiene 29 años y está en la plenitud de su carrera como bailarina. Forma parte de la Compañía Nacional de Danza y acaba de actuar para la familia real. Sin embargo, el día de Navidad sigue siendo el foco de las mismas preguntas indiscretas que cuando tenía 14 años y sus tíos querían enterarse de si tenía algún “noviete”.
La única diferencia es que, ahora, aquella curiosidad guasona se ha ido transformado en un molesto halo de preocupación que hacía desmerecer injustamente todo lo que había conseguido en la vida.
En Año Nuevo, Esther da una fiesta que sirve para despedir el año y para inaugurar su nuevo ático en el centro de la ciudad. Es un ático de cincuenta metros, pero ático, al fin y al cabo. Entre brindis y brindis, la gente celebra la reproducción de Amor y dolor de Munch que corona su salón. Sin embargo, luego los invitados se marchan y se quedan solos el cuadro y ella.
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Esther se sienta en el sofá lleno de restos de confeti y sigue bebiendo vino aunque, esta vez, directamente de la botella. Lo cierto es que a Esther nunca le había importado estar sola, no tener a ese alguien especial que se queda cuando todos los invitados se van y que todo el mundo a su alrededor parecía tener. Aunque, últimamente, algo había empezado a cambiar en su parecer.
Esther coge el móvil y se mete en Facebook. El chat está vacío. Sin embargo, recibe una nueva solicitud de amistad:
Ernesto Seguí. 30 años. Arquitecto. Buenos aires. 15 amigos en común.
Esther no suele aceptar solicitudes de desconocidos pero cotillea su perfil y ve que comparten varios gustos. Además, es moderadamente guapo, así que hace una excepción.
Minutos después, recibe un mensaje.
Ernesto: hola. Disculpa mi descaro. No nos conocemos pero he leído un comentario tuyo en el muro de una amiga común y me has parecido muy graciosa.
Esther: Hola! Qué amiga?
Ernesto: Ana Marcos
Esther: Es amiga mía! De qué la conoces?
Ernesto: es una amiga de la infancia
Esther: mmm… pero no eras argentino?
Ernesto: en realidad no. Bueno, vivo aquí desde los 13 pero, en realidad, nací en Barcelona.
Esther: Ah! Vale! Entiendo… 🙂
Ernesto: oye, ahora que veo tus fotos, déjame decirte que eres tan guapa como divertida. ¿A qué te dedicas?
Y así empieza una conversación que dura hasta la mañana siguiente, tal y como si hubieran estado de after y hubieran acabado viendo juntos el amanecer. Algo que, en realidad sí que habían hecho, solo que cada uno en un uso horario diferente y a través de Skype. Pero era el mismo sol, al fin y al cabo.
II
Ernesto había sido un niño prodigio de la arquitectura. Siendo tan solo un adolescente, había diseñado la casa de su hermano y, con 20 años, ya había participado en el proyecto de construcción de un hospital. Esther encontró varias noticias al respecto en la prensa digital argentina. En las fotos que acompañaban los textos, Ernesto aparecía tan cambiado como lo había hecho su vida en los últimos años.
Porque de tener el futuro más brillante, había pasado al más oscuro. Hacía tres años, su prometida había muerto en un accidente de coche en el que conducía él. Ernesto entró, entonces, en una espiral de autodestrucción en la que había acabado desprendiéndose de todo. Sumido en la tristeza e incapaz de trazar una sola línea desde entonces, ahora vivía en el sótano de la casa de su hermano, esa que, en otro tiempo, él mismo había diseñado.
De eso se había ido enterando Esther poco a poco. Primero habían empezado intercambiando mensajes por la noche, hora española, cuando Esther ya estaba metida en la cama y a punto de apagar el móvil.
Luego Ernesto había empezado a mandarle pequeñas cartas nocturnas que ella leía al despertarse y contestaba en el metro, de camino a sus ensayos. Hasta que, un día, empezó a sentir ansiedad por que la jornada terminara y poder sentarse a hablar con él tranquilamente.
Cuando no estaba bailando, era lo único que Esther hacía. Había dejado de ver a sus amigos para quedarse en casa hablando por Skype. Sentía que Ernesto era la única persona que realmente entendía lo que quería decir cuando hablaba. Además, las citas imaginarias que ambos recreaban durante sus conversaciones eran más perfectas de lo que nunca podría haber sido un encuentro real.
Aunque querían conocerse y ya habían hablado de que Ernesto se mudara a España. El destino los había unido por una razón; ella era su salvadora y, por primera vez, su vida tenía un sentido más allá de la danza, donde ya había conseguido todo lo que siempre había soñado. Un sueño que, además, tenía fecha de caducidad.
El único problema era que Ernesto estaba arruinado.
III
Por suerte, su hermano los iba a ayudar. Enrique era director de un pequeño banco en Buenos Aires y buscaba un intermediario en Europa. Quería que Esther lo ayudara a completar algunas transacciones de clientes que buscaban cambiar de moneda. También que recibiera grandes sumas de dinero que ni Western Union ni MoneyGram aceptaban.
Ella solo tenía que recibir el dinero y, posteriormente, mandárselo a Enrique. A cambio, le prestaría a su hermano el dinero para poder viajar a España y establecerse allí con ella.
A Esther se le daban fatal los números y no le hacía mucha gracia involucrarse en negocios internacionales que no entendía. Sin embargo, le parecía que la recompensa merecía la pena.
Al día siguiente se abrió una nueva cuenta y empezó a recibir dinero desde todas partes del mundo.
30.000 euros desde Francia
16.000 desde Noruega
25.000 desde Australia
Algunas veces, tenía que ir a recibir el dinero en mano. Un hombre de mediana edad le dio un día 9.000 euros en efectivo y le dijo:
“Estos son los ahorros de mi vida. Espero que no me estés timando”.
A lo que Esther contestó:
“Tranquilo, si esto fuera un timo, a mí también me estarían timando”.
Esther no era tonta, sabía que algo raro pasaba, pero prefería perderse en pensamientos sobre su historia de amor de película de los que ya nunca salía, descuidando la danza.
Así que, cuando el banco sospechó de los movimientos fraudulentos de su cuenta y se la cerró, se abrió varias más en diferentes entidades y siguió como si nada.
Ernesto vendría en Navidad.
IV
Esther: ¿Sabes? Hoy me he encontrado a Ana Marcos por la calle y le he hablado de ti…
Ernesto: Ah, si? Hace tantos años que no la veo… cómo está?
Esther: Bien pero no se acuerda de ti…
Ernesto: Es normal, solo fuimos unos años juntos al colegio
Esther: Pensaba que erais amigos…
Ernesto: Oye, tengo algo muy importante que decirte. Hoy he conseguido diseñar algo por primera vez desde el accidente y es todo gracias a ti…
Ernesto: Mira, es nuestra casa 🙂
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Faltaba poco menos de un mes para que Ernesto por fin cogiera ese esperado avión que lo traería junto a su ella, sin embargo, cuando ya estaba todo preparado para el viaje, la madre de los hermanos enfermó y el viaje se canceló.
Por la misma época, Esther fue sustituida del papel principal en el ballet de Don Quijote y relegada a un papel secundario. Varias de sus cuentas fueron canceladas y abrió otras tantas nuevas. Iba a conseguir más dinero para traerse también a su madre, de la que Ernesto no quería separarse.
Sin embargo, cuando estaba intentando abrir su última cuenta, la policía se presentó.
Llevaron a Esther a un cuarto y empezaron a hacerle preguntas sobre Ernesto y Enrique y las transferencias que había estado haciendo durante meses. Le dijeron que Ernesto y Enrique eran scammers que estafaban a la gente y que ella no era la única. Que había más como ella, muchas más. Aunque, en los oídos de Esther, en vez de la palabra “estafa” solo retumbaban “más” y “otras”.
Ernesto había estado hablando con otras y ese era el engaño que le dolía. Pero no se iba a rendir, le iba a demostrar que ella era la única. La única que iba a seguir a su lado. La única con la que podía contar. La que nunca lo dejaría tirado.
V
Dos días después, Esther se presenta de nuevo en el banco para ingresar 15.000 euros que una ama de casa le acaba de entregar en mano. La cajera le pone trabas y se muestra nerviosa. La hace esperar. Dice que hay un problema informático y que tiene que esperar.
Entonces se da cuenta… pero ya es demasiado tarde. La policía ha llegado y se lleva a Esther arrestada y esposada por estafa.
Esther está muy alterada y preocupada. ¿Cómo va a hablar ahora con Ernesto? Por suerte, tiene derecho a una llamada. Por supuesto, lo llama a él…
Esther: Ernesto, Ernesto, escúchame, no tengo mucho tiempo…
Ernesto: ¿Qué pasa amor? Tranquilizate…
Esther: No puedo, me han detenido… Dile a Enrique que contrate los mejores abogados.
Esther: ¿Ernesto? ¿Estás ahí?
Pero, al otro lado de la línea, solo le contesta el pitido telefónico que indica que está hablando sola. Automáticamente, algo en su cabeza se rompe como un jarrón de cristal lleno de rosas y, por primera vez, piensa:
¿Ha sido real?

Vía: PlayGround