Innovar es algo que generalmente sale caro. Muy pocas veces se hacen avances sin algún tipo de sacrificio. La buena noticia es que siempre ha habido personas dispuestas a pagar el precio por el progreso de toda la humanidad, como estos diez científicos que fueron sus propios ratones de laboratorio.
1 – John Scott Haldane
Haldane, un científico de origen escoces, estudió de forma amplia la fisiología de la respiración. Descubrió los efectos que diversos gases peligrosos tienen en el cuerpo y en el estado mental, muchas veces experimentándolos en sí mismo (e incluso en su hijo). Uno de estos episodios tuvo lugar en 1893, cuando se metió en una caja hermética y se mantuvo allí durante ocho horas, respirando el mismo aire, para anotar los efectos que eso tenía sobre él. A partir de este experimento, Haldane concluyó que la desoxigenación de la sangre aumenta su capacidad de transportar dióxido de carbono, un fenómeno que pasó a ser conocido como “efecto Haldane”.
Después, investigó los gases peligrosos presentes en las minas. Para esto empleó pequeños animales y descubrió que el más letal era el monóxido de carbono. Solo para asegurarse, también se envenenó con el gas en una cámara cerrada, con la finalidad de verificar los efectos esperados. Eventualmente, se le ocurrió la idea de emplear animales pequeños (particularmente a los canarios) como detectores de gases, toda vez que sus cuerpos sufrían los estragos del envenenamiento mucho más rápidamente.
Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, el ejército alemán empezó a emplear un gas venenoso como arma. Haldane fue llevado al frente de batalla para que investigara el gas en cuestión (cloro) y le pusiera una solución al asunto. Nuevamente, usaría su propio cuerpo para los experimentos, y sus esfuerzos llevaron al desarrollo de la primera máscara de antigás.
2 – David Pritchard
Mientras trabajaba en Papúa Nueva Guinea a finales de la década de 1980, el Dr. David Pritchard notó que un parásito conocido como Necator americanus, que provoca anquilostomosis, era un verdadero problema para la población, pero tenía algunos efectos secundarios positivos. Los pacientes infectados se volvían menos propensos a tener problemas con enfermedades autoinmunes, especialmente asma y fiebre del heno.
Cuando retornó a la Universidad de Nottingham, en el Reino Unido, el médico estaba ansioso por probar su idea y verificar si de hecho existía algún tipo de conexión entre los dos factores. Sin embargo, había un problema: el parásito era muy peligroso y responsable, en esa época, por unas 65,000 muertes en las zonas tropicales cada año, así como de cientos de miles de cuadros de anemia. El comité de ética no le permitió que empleara sujetos humanos, a menos que tuviera la certeza de que fuera seguro. Entonces Pritchard hizo algo radical: se utilizó a sí mismo como sujeto de pruebas. Se infectó con 50 parásitos para desarrollar una técnica de prueba segura en condiciones de laboratorio, y llegó a la conclusión de que los participantes deberían ser infectados con solamente 10 parásitos para que dieran resultados sin colocarlos en peligro. Hasta el año 2006, el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido finalmente permitió realizar los estudios en seres humanos.
3 – Moran Campbell
El Dr. Moran Campbell fue un pionero en la investigación de problemas respiratorios e inventor de las Ventimask, un producto que se sigue usando en la actualidad. Estudió varios aspectos de la respiración, pero sus experimentos con la disnea son mucho más interesantes.
La disnea es la falta de aire que experimentamos cuando nuestra respiración se ve comprometida. En determinadas situaciones, como durante el ejercicio físico intenso, es algo normal. Sin embargo, a veces sucede cuando no debería, y Campbell deseaba saber exactamente cuál era la conexión entre la condición y los músculos respiratorios.
Así, este científico ideó un experimento para poner a prueba sus propios músculos respiratorios sobre escenarios extremos. Para comenzar, paralizó todo su cuerpo, excepto su antebrazo, empleando curare, una peligrosa toxina. De esta forma, no sería capaz de controlar sus movimientos corporales, pero estaría completamente despierto durante todo el experimento. Después de esto, se conectó a un respirador, toda vez que era incapaz de respirar por su propia cuenta, pero eventualmente lo desconectó, para saber cómo reaccionaría su organismo a un sofocamiento lento. El experimento no resultó particularmente útil. Campbell declaró más tarde que paralizarse utilizando curare no era nada parecido con la parálisis a través de la contracción prolongada o isquémica.
4 – Horace Wells
Como Campbell bien lo supo, no todos los auto-experimentos resultan en algo positivo. Sin embargo, las cosas a veces pueden ir mucho peor, como sucedió con Horace Wells, uno de los primeros dentistas en introducir el uso de la anestesia a la odontología. Específicamente, fue pionero en el uso de óxido nitroso (gas hilarante) como un analgésico durante las extracciones dentales.
Para probar la eficacia del gas, se extrajo los dientes. El proceso resultó todo un éxito, y Wells hizo varias otras extracciones sin ningún tipo de complicación. Así, sintió que debía mostrar su don al mundo. Agendó una exhibición en el Hospital General de Massachusetts, en los Estados Unidos, pero el gas no se administró correctamente, y su paciente comenzó a retorcerse de dolor.
Wells se mudó a Europa con todo y su mala fortuna para continuar sus investigaciones. Cuando regresó a los Estados Unidos, descubrió que el óxido nitroso había sido sustituido por éter y cloroformo en anestesias. Entonces, comenzó a experimentar con cloroformo de la mejor forma que sabía: en sí mismo. Desafortunadamente, en aquella época, los efectos de la exposición prolongada a la sustancia eran totalmente desconocidos. Tras inhalar el gas por una semana, Wells quedó totalmente loco – llegó a arrojar un recipiente con ácido sulfúrico sobre dos prostitutas. Fue a parar a prisión y, más tarde, cuando finalmente volvió en sí, Wells se sentía tan culpable que se suicidó.
5 – Maurizio Montalbini
Los seres humanos funcionamos valiéndonos de algo que se conoce como ritmo circadiano. Nos activamos durante el día y descansamos durante la noche. Nuestro reloj biológico interno se basa en un plazo de 24 horas, gracias a los estímulos externos. Pero, ¿qué sucedería si se eliminaran estas señales externas? Esa fue la misma pregunta que se hizo el sociólogo Maurizio Montalbini.
Para responderse, decidió aislarse por completo – pasando a vivir en una cueva durante meses. La primera vez que inició el experimento fue en diciembre de 1986. Montalbini pasó los siguientes siete meses en las Cavernas de Frasassi, quebrando la marca mundial de aislamiento por completo en el proceso. Y repitió la experiencia dos veces más, una en 1992, durante un año entero, y otra en 2006, durante 260 días.
Montalbini descubrió que la mente y el cuerpo humanos cambian mucho cuando no hay factores externos que ofrezcan información sobre la hora del día o el paso del tiempo. Primero, el tiempo pasó mucho más rápido para él. Montalbini siempre creía que había pasado mucho menos tiempo en las cavernas de lo que realmente tenía. En la primera experiencia perdió unos 14 kg. Su cuerpo se acostumbró a mantenerse despierto durante 50 horas seguidas y, a continuación, dormir solamente cinco.
6 – Lazzaro Spallanzani
No todos los experimentos tienen que ser peligrosos, algunos solamente rayan en lo extraño y asqueroso, como los de Lazzaro Spallanzani. Este biólogo italiano del siglo XVIII estudió una amplia variedad de temas, incluyendo la biogénesis y la ecolocalización. Sin embargo, sería su trabajo sobre las funciones corporales lo que le valió un lugar en esta lista.
Aprendimos mucho sobre la digestión gracias a Spallanzani. Antes de su investigación, se creía que la digestión era un proceso mecánico llamado trituración. Pero él nos mostró que había una reacción química involucrada en el proceso. Específicamente, demostró el proceso realizado por el jugo gástrico en el estómago. Empleó una variedad de animales para sus experimentos. Para obtener muestras del jugo gástrico, provocaba el vómito en los animales o les empujaba una esponja atada a una cuerda por la garganta. Para ver los efectos de los jugos gástricos en alimentos en varias etapas, también empleó la regurgitación, o cortó a sus animales para recuperar el contenido de sus estómagos.
También llevó a cabo esos experimentos en un único ser humano: él mismo. Spallanzani tragaba muestras envueltas en bolsas de tela o tubos de madera y las regurgitaba después de un tiempo. Si se requería, engullía la misma muestra más de una vez. ¡Qué asco!
7 – Jack Barnes
Hace 50 años, en Australia no sabían cómo manejar los brotes de una condición peligrosa conocida como síndrome Irukandji. Este padecimiento causa cefalea, nauseas, vómito y dolores abdominales. Si no se trata a tiempo, puede resultar fatal.
Pero para tratarla, antes debían saber qué la causaba. El Dr. Jack Barnes tuvo una idea: se trataba de una medusa muy venenosa. Actualmente, sabemos que muchas especies de medusa se encuentran entre los animales más mortales del planeta, por eso, solemos evitarlas a toda costa. Pero Barnes capturó a la medusa en cuestión, un animal de unos 2.5 centímetros de diámetro, y dejó que lo picara para ver si presentaba los síntomas del síndrome Irukandji. No contento con ser el único sujeto de prueba, también dejó que su hijo y un salvavidas local se picaran, solo para asegurarse.
Los tres enfermaron y tuvieron que ser hospitalizados, recuperándose por completo. Demostró que la pequeña medusa era la culpable, y más tarde fue nombrada Carukia barnesi en honor al Dr. Barnes. Hoy, sabemos que otras especies de medusas también pueden causar el síndrome Irukandji.
8 – Donald Unger
Donald Unger alguna vez fue un niño que, como muchos de nosotros, fue repetidamente reprendido por su madre por chasquear los dedos. La mujer le advirtió que aquello podría acarrearle artritis y, finalmente, después de algún tiempo se encontraba en una posición donde podía colocar la afirmación de su madre a prueba. A partir de entonces, todos los días, chasqueó los dedos de su mano izquierda. Quería ver si había alguna diferencia notable entre sus manos al concluir el experimento. En principio, eso no suena particularmente extremo. Lo que es único, sin embargo, es la duración del experimento: 60 años.
Después de seis décadas, cuando decidió que ya era suficiente, Unger hizo unas radiografías completas de sus manos y no encontró ninguna diferencia significativa entre ambas. Chasquear los dedos no causa artritis. Por sus esfuerzos, el Dr. Donald Unger fue condecorado con un premio Ig Nobel de Medicina en 2009.
9 – Jesse Lazear
La fiebre amarilla continua siendo una de las enfermedades más peligrosas que afectan a los seres humanos, pero solía ser mucho peor. En 1900, a un equipo de cuatro científicos de la Comisión Reed se le solicitó estudiar la enfermedad. En aquella época, nadie sabía a ciencia cierta qué provocaba la enfermedad. El consenso general era que se transmitía a través del contacto directo, pero no todos estaban convencidos de eso.
Así, estos cuatro hombres viajaron a Cuba, un terreno fértil para el virus, y comenzaron su trabajo. Uno de los integrantes de este equipo era el médico Jesse Lazear, que se especializó en enfermedades tropicales como la fiebre amarilla y la malaria. Un científico británico llamado Sir Ronald Ross recientemente había descubierto que la malaria se transmitía por los mosquitos, por los que Lazear entró a la Comisión muy seguro de que también los mosquitos eran los responsables de la fiebre amarilla. No fue el primero en creer esto. El científico cubano Carlos Juan Finlay tenía la misma idea. Sin embargo, donde los experimentos de Finlay fallaban, Lazear tenía éxito. “Prefiero pensar que estoy en camino hacia el verdadero germen”, escribió Lazear a su esposa. Apenas 17 días después, había muerto. Esto porqué, sin conocimiento de sus colegas, Lazear se dejó infectar con fiebre amarilla para establecer la relación entre la enfermedad y los mosquitos. Su sacrificio no fue en vano, ya que su trabajo resultó crucial en la búsqueda de un tratamiento para la fiebre amarilla.
10 – Henry Head
El Dr. Henry Head fue un neurólogo inglés que desarrolló un trabajo pionero en el estudio del sistema somatosensorial. Se centró particularmente en la nocicepción, que es la sensación al dolor. El médico inició estudiando pacientes en recuperación con daño nervioso como conejillos de indias. Sin embargo, rápidamente descubrió que la falta de conocimiento médico de las personas impedía que ellas dieran las respuestas precisas y objetivas que necesitaba. Entonces, encontró un mejor sujeto para las pruebas: él mismo.
Como no tenía ningún daño nervioso para observar, se hizo una cirugía para cortarse dos nervios de su antebrazo izquierdo. En seguida, pasó sus próximos cuatro años documentando su recuperación. Cada fin de semana, viajaba para la Universidad de Cambridge y se sometía a un examen de sus brazos afectados y no afectados para anotar las diferencias. Cuidadosamente, Head monitoreaba todas las alteraciones sensoriales que experimentaba. Finalmente, se convirtió en uno de los primeros médicos en hablar sobre disociación sensorial, especulando sobre la existencia de dos sistemas sensoriales diferentes, que llamó sistemas epicrítico y protopático