Decoradores, iluminadores, electricistas, cámaras, figurantes, ayudantes de todo pelaje y, en el centro del huracán, un director con los nervios a flor de piel y unos actores que esperan ansiosos la voz de “¡Acción!” (o, según estemos, la de “¡Corten!”). Está claro: el cine nunca andará falto de oficios que desempeñar, y cuánto más grande y costosa sea la producción, más profesionales necesitará para realizar incluso las tareas más nimias. Ahora bien, ¿de qué tareas estamos hablando? Porque, si investigamos un poco, veremos que la industria del celuloide no sólo ofrece empleos evidentes, sino también otros que nunca se nos habrían ocurrido, y que pueden parecer peregrinos, arbitrarios o incluso tontos de remate hasta que uno se da cuenta de lo mucho que se cobran en esfuerzo… o en dignidad. Aquí tienes unos cuantos.
1. Adiestrador de bichos
Eres un director de cine, y en tu nueva película necesitas que el héroe luche contra una horda de, pongamos, escarabajos caníbales. ¿A quién vas a llamar? Pues, si trabajas en EE UU, probablemente a Steven Kutchner, un señor en cuya tarjeta de visita aparecen las palabras “pastor de bichos”. Con una filmografía impresionante (empezó a trabajar en 1977), él se encargó, por ejemplo, de meter en vereda a las arañas de Aracnofobia y del Spiderman de Sam Raimi, así como de tratar con otras criaturas en los rodajes de Carretera perdida, Parque Jurásico y Mimic. Señalemos que el oficio de adiestrador de bichos tiene mucha proyección: además de en el cine, tus servicios serán requeridos asiduamente por productoras de televisión y de publicidad. Ahora bien, si ver una cucaracha te da ganas de salir corriendo, quizás no sea lo tuyo.
2. Doble de cuerpo
Actrices como Dakota Johnson (Cincuenta sombras de Grey), Angelina Jolie, Penélope Cruz o Emilia Clarke (arriba puedes verla junto a Rosie Mac, su doble habitual en Juego de tronos) han optado por usar sustitutas que enseñaran cacha por ellas. Pero la tarea de suplente abarca muchas más especialidades que no implican necesariamente quitarse la ropa. Como sabemos, el póster de Pretty Woman no sería lo mismo sin Shelley Michelle, la modelo cuyo cuerpo fue photoshopeado a la cabeza de Julia Roberts. En resumen: tú pones el físico y/o el esfuerzo, y después otra (u otro) se lleva todo el mérito de cara al público. ¿Justifica eso el cheque a fin de mes?
3. Engarzador de cotas de malla
La historia es bien conocida: aspirando al máximo realismo, Peter Jackson insistió en que cada arma y cada armadura empleada en El Señor de los anillos estuviera hecha de forma artesanal. Lo que no es tan conocido es que eso llegó a su paroxismo con las cotas de malla vestidas por los orcos. Para lograr su objetivo, Jackson contó con dos artesanos a quienes les tocó la papeleta de engarzar aproximadamente 12 millones de anillas recortadas de tubos de PVC. Al final de la producción, los profesionales habían fabricado un total de 11,2 kilómetros de tejido metálico. Y, a resultas del trabajo, sus huellas dactilares se habían borrado, por el desgaste. Aparte de este último (y grimoso) efecto secundario, nosotros no estamos seguros de que un trabajo así merezca su sueldo: imagina que tu jornada laboral se pueda resumir con las palabras “ahora pongo esta anilla, y después esta otra, y esta otra, y esta otra…”. Y así, hasta el infinito.
4. Despertador humano
Abrirse paso en el mundo del cine es difícil: que se lo cuenten a Eli Roth. Allá por 1997, cuando la saga Hostel era sólo un embrión en su perversa cabecita, el futuro compinche de Tarantino encontró un trabajo en la industria… que consistía en despertar todas las mañanas a Howard Stern, el locutor radiofónico (famoso en EE UU por sus bromas escatológicas y su mala leche) que protagonizaba la comedia Partes privadas. No sabemos si este trabajo, que permite a la estrella de turno ahorrarse el “riiiiing” de una alarma convencional, abundará mucho. Pero, daría bastante apuro desempeñarlo: madrugones aparte, ¿te imaginas tener que ir a buscar por las mañanas a Samuel L. Jackson, Christopher Walken o Jason Statham y aguantar sus miradas de recién levantados?
5. Pegador de “modesty socks”
Como sabemos, rodar una escena de sexo no es nada fácil: para muchos actores y actrices, afrontar en pelota picada una situación ya de por sí estresante, como lo es un rodaje, resulta una dura prueba. Por ello, el ingenio de los departamentos de vestuario ha dado a luz prendas como los modesty socks (“calcetines de la modestia”), fundas color carne que usan los intérpretes masculinos para disimular esos volúmenes que ya te estás imaginando. Sin ir más lejos, el reparto de la serie True Blood gastaba grandes cantidades de estos adminículos, algo que supimos cuando Stephen Moyer autografió el suyo para donarlo a una subasta de caridad. Desde entonces, nosotros pensamos mucho en esos profesionales encargados de custodiar los ‘calcetines’, de lavarlos o, sobre todo, de pegarlos con cola de maquillaje a la anatomía del actor que los vaya a usar, para que no se caigan en el peor momento. Aunque, si eso nos llevase a trabajar con Channing Tatum y tuviéramos oportunidad de saludar a Gilbert en persona, pues lo mismo no nos quejábamos mucho…
6. Escritor de manuscritos
La próxima vez que veas una película, fíjate cuando aparezca cualquier texto escrito a mano, como un diario o una nota en un cuaderno. Para poner esas letras ahí, ha habido dos opciones: o bien ha salido de una impresora, aprovechando los avances en la tipografía y en la informática, o bien el director es tan maniático como David Fincher y ha exigido que eso lo haya escrito realmente alguien. En Se7en, el director puso a Kyle Cooper (el diseñador responsable de los títulos de crédito) a escribir, literalmente, millares de páginas para las libretas que ese Kevin Spacey demente y asesino guarda en su apartamento. Otro ejemplo, menos desquiciado pero igual de laborioso, nos lo da El nombre de la rosa, película para la que Jean-Jacques Annaud contó con auténticos amanuenses que escribieron e ilustraron los libros que se guardan en la biblioteca de la Abadía. ¿Dónde está el truco? Pues en que tu trabajo apenas será entrevisto por el público cuando uno de los personajes le dé por ojearlo.
7. Estilista de comida
Si las cosas de la alimentación ocupan un lugar importante en tu filme, querrás que al público le entre hambre (o todo lo contrario…) cada vez que enfocas un plato lleno de viandas. Y, por muy bien que cocine tu tía la del pueblo, conseguir esta meta te obligará a recurrir a un food stylist. Se trata de chefs con buena maña para lo visual, que se encargarán de decorar y emplatar los manjares para que éstos estén a tono con las labores del diseñador de producción y del director de fotografía. Una consulta en internet nos revela la existencia de profesionales como Jack White, que se ha encargado del tema culinario en más de 85 películas, entre ellas la saga Los juegos del hambre y un buen puñado de producciones Marvel. Y, por supuesto, la reina actual de especialidad es Janice Poon, responsable de que los platos cocinados por el español José Andrés para Hannibal nos hagan sentir al psiquiatra caníbal que todos llevamos dentro.