Debo suponer que ese momento en el que se debe reprender a un hijo se hace muy, muy difícil tras ver las caritas que estos pones e incluso aquellos ojitos brillosos.
Es como cuando regaño a mi perro pero un poco peor, quizás.
Pero bien, este padre llegó a casa tan sólo para encontrarse con que el primer piso de esta estaba bañando en pintura, ¡y qué peor! Los dos causantes de aquello estaban en condiciones aun peores. Y, bueno, no es tan raro… Todos hicimos travesuras cuando pequeños, y fuimos castigados por ellas. Lo malo es que a continuación, parece que el padre está doblegándose poco a poco por este par de pillines.