Esta historia trata sobre un chico que escribió una carta para el funeral de su abuela y que leyó frente a todo el mundo que estaba presente en la ceremonia. Al escuchar lo que relataba el chico se comprueba que generalmente los niños dicen la verdad, en su ingenuidad, y no tienen miedo de revelar lo que piensan o sienten. Pero esta verdad dejó aterrada a toda su familia.
La abuela de Marcos murió a una avanzada edad. Tenía como 92 años según aunque todos los que la conocían pensaban que se veía mucho más joven. Se mantenía bien pues amaba caminar y salir de paseo. Eso fue algo que repitieron sus hijos, nietos y amigos que hablaron en la misa y en el funeral. Pero lo que sorprendió a todo el mundo fue lo que leyó el Marcos, un chico de 11 años.
Fue una larga carta que nos dejó a todos helados. Yo miraba desde la multitud que se agolpaba a un lado del ataúd pero desde allí pude ver la cara de sus padres y lucían aterrados. Después de que pasó todo, su padre me prestó la carta para leerla. Estaba muy bien escrita y me pareció que tenía que compartirla:
“La abuela Marta siempre vivió en mi casa. La queríamos mucho. Sus historias de mi papá y mis tíos cuando eran jóvenes nos mantenían horas sentados en la mesa. Era divertida sobre todo cuando mi papá abría la botella de vino que guardaba en su armario. Me encantaba sobre todo esa del día en que mi papá y mi tío Juan llegaron con una iguana gigantesca que habían robado de una tienda de mascotas. Lo hicieron para salvar al pobre reptil que estaba sufriendo en una especie de acuario muy pequeño. La abuela les dijo que la devuelvan porque era muy fea y no iban a tener a ese “bicho feo” en la casa. Siempre repetía eso de “bicho feo”. No me gustaba.
Tampoco me gustaba que nos diera golpes en la cabeza cuando no nos comíamos la comida ni que nos jalara las orejas cuando decíamos malas palabras. Incluso me dio mucha rabia cuando encerró en el baño a mi hermano pequeño porque se hizo pipí en los pantalones. Lo tuvo como dos horas “para que no se le olvide donde queda el baño”. Tenía apenas tres años. Yo lo intenté liberar pero me descubrió y me mandó a mi cuarto castigado. Tampoco me gustó el día que le lanzó un plato de arroz en la ropa a Luisa, la niñera que iba los miércoles, porque “no le puso suficiente sal”. Y nunca me voy a olvidar el día que nos apagó la tele para el partido de la selección contra Brasil porque al otro día había colegio. Mi papá nos había dejado quedarnos hasta tarde pero ella dijo que era una barbaridad. Nos perdimos un partidazo. Toda mi clase lo vio y lo comentaron al día siguiente. Yo no pude.
La quería mucho porque era mi abuela pero era una vieja muy pesada y eso no me gustaba. Perdón tata que seguramente ahora estarás muy enojado conmigo allá en el cielo pero creo que la abuela se va a ir al infierno. Era muy mala”.
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