La vida de Fabio Di Lello cambió para siempre el pasado verano. Su mujer, de 34 años de edad, falleció en un accidente de tráfico. Ella no tuvo la culpa: el causante fue el conductor de un vehículo que se saltó un semáforo rojo y se la llevó por delante en un cruce. Sucedió en la localidad de Vasto, en el centro de Italia.
Fabio llevaba casi un año pidiendo justicia. Solo quería que se reconociera legalmente que el conductor del coche había tenido la culpa y que fuera sancionado en consecuencia. “Mi Roberta fue robada, robados sus sueños y planes de vida, su deseo de ser madre”, aseguró en un periódico local. “¿Dónde está la justicia? ¡Tal vez hay! No olvidemos, luchamos, porque ya no hay otra Roberta”.
Sin embargo, los meses fueron pasando y la justicia no llegó. La investigación de la policía determinó que Italo D’Elisa, el conductor de 20 años de edad, no debiera ser detenido, a pesar de que su temeridad fue la causante de la muerte de Roberta. Los análisis no detectaron consumo de alcohol o drogas en el conductor del vehículo.
Por eso Fabio decidió tomarse la justicia por su mano. Esperó a Italo a la salida de un bar y le descerrajó tres tiros en el abdomen, matándolo. Tras hacerlo, llamó a un amigo, confesó el crimen y le dijo que llamara a la Policía. Pero le pidió que le dejara unos minutos de margen, porque tenía que hacer algo importante.
Fabio se dirigió al cementerio donde descansa para siempre su amada Roberta y, como tributo, dejó la pistola sobre su lápida. En el mismo campo santo fue detenido por los agentes. “Es una tragedia dentro de otra tragedia”, asegura su abogado en declaraciones recogidas por La Repubblica. Ahora, la familia de la nueva víctima espera que esta vez sí, se haga justicia.