El pasado 17 de marzo, la primera dama Melania Trump caminó a través del césped de la Casa Blanca con su esposo, Donald. Con los fotógrafos como testigos, la modelo eslovena —de 46 años— sonrió cuando el multimillonario, de 70, agarró torpemente su mano y las puntas de los dedos.
Una vez terminado el protocolo obligatorio de la foto, ella, Donald y su hijo de 11 años, Barron, se subieron al Marine One, el helicóptero de POTUS, que los llevó a su propiedad de Palm Beach (Florida) Mar-a-Lago.
A bordo del helicóptero —y lejos del ojo público— Melania dejó caer el acto. Y el gesto de Donald con su mano. Según una fuente de la familia —mencionada por la revista Us Weekly—, “Melania no oculta a su entorno lo miserable que se siente”. Eso, por supuesto, incluye al propio presidente.
Múltiples fuentes afirman que la modelo —que actualmente vive lejos de Washington, DC, en la Torre Trump de Nueva York mientras Barron termina el año escolar—, “se niega a compartir cama con Donald” e, incluso, “raramente duermen en la misma ciudad”.
“Tienen habitaciones separadas”, dice otro miembro del entorno de Melania. “Nunca pasan la noche juntos”, asegura.