Así es como se vive dentro de un centro de rehabilitación para chicas con anorexia (+Fotos)

La casa de las chicas está permanentemente iluminada. Los rayos de sol rebotan en su tejado de tejas azules, en su jardín arbolado. La claridad y el calor se filtran por las ventanas de las buhardillas e impactan en los espejos.

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En la casa hay guitarras, manteles bordados, tazas de color pastel y chicas que están volviendo a la vida. Chicas que son regadas para que sus hojas marchitas vuelvan a ser brillantes y tersas.

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Viven en un ambiente que recuerda al libro de Las vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides. Cantan y tocan la guitarra mientras las cortinas de encaje tiemblan con el viento. A veces lo que les tiembla es la barbilla, cuando recuerdan por qué están allí, cuando las lágrimas luchan por empaparles las mejillas.

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La fotógrafa danesa Marie Hald descubrió la casa de las chicas cuando visitaba Polonia. Un fixer la llevó a una pequeña casa amarilla llamada Drzewo Zycia (Árbol de la Vida) donde varias chicas adolescentes estaban luchando contra los trastornos alimentarios que las habían acosado. Luchando contra la automutilación.

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A lo largo de la vida, habían sentido la anorexia como una presencia muy real que las amenazaba a diario, que las asfixiaba con su idea de la falsa perfección. La llamaban “Ana” para humanizar al demonio mientras se consumían entre recortes de modelos con cuerpos deslumbrantes.

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Hald pidió permiso para pasar unos días con ellas e intentar sentir cómo era su vida. Se sorprendió con la facilidad con la que las chicas la habían aceptado a pesar de la barrera del lenguaje. Vivió con ellas, comió sus seis comidas obligatorias, las oyó cantar y llorar, las acompañó a terapia y durmió a su lado.

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De su estancia en la casa amarilla nació una serie fotográfica llamada Las chicas de Malawa, nombre del pequeño pueblo polaco donde está el centro de tratamiento.

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“Los trastornos de alimentación no solo tratan de ser delgada. El control es la palabra clave. Y en la vida estresante de un adolescente, ¿qué es más fácil de controlar que la ingesta de alimentos?”, relata Hald.

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El trastorno penetra en todas las facetas de la vida. Ana viene con el deseo de imponer orden en el caos pero lo único que consigue es provocar la destrucción. La muerte. El colapso de la inanición. La guerra es brutal porque es contra uno mismo.

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Es precisamente ahí donde radica la importancia de las imágenes tomadas por Hald. La necesidad vital de reconocer que las chicas son vulnerables a ser juzgadas por su cuerpo, son frágiles como sus huesos recubiertos de piel pero quieren ser fuertes. Quieren dejar a Ana atrás. Tirarla en la cuneta.

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Cada año, algunas chicas lo consiguen. Superan la enfermedad gracias al tratamiento. Cierran la puerta de la casa amarilla dejando al monstruo dentro. Y no vuelven nunca más.

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Vía: PG