En Wall Street observaban asombrados cómo esa mujercita sucia, andrajosa, de mal aspecto y con mal olor, obtenía tanto dinero a través de sus inversiones en el mercado bursátil. En aquella época, ninguna mujer había hecho algo parecido. Las hipotecas, el préstamo de dinero a los bancos y a los negocios en quiebra la hicieron amasar millones de dolares.
Usaba un velo negro para ocultar su identidad cuando pasaba por Wall Street, por miedo a que la reconocieran y quisieran hacerle daño, ya que huía de los impuestos. La gente decía que parecía una bruja y le pusieron “La bruja de Wall Street”. Esta es parte de su historia:
Henrietta Howland Robinson, nació el 21 de noviembre de 1834 en Massachusetts. Sus padres, Abby Robinson y Edward Mott Robinson: dirigían una de las industrias balleneras más rentables del país. Esta era una de las familias más ricas de la ciudad.
Hetty descubrió el mundo de las finanzas a los 6 años, mientras leía periódicos de economía a su abuelo ciego, con quien discutía los movimientos financieros, y quién fue una gran influencia para su futura millonaria vida.
Su primera cuenta de banco, la abrió a los 8 años: depositaba 1.50 dólares a la semana (que su abuelo le entregaba cada domingo). Cuando cumplió 14, su primera responsabilidad en el negocio familiar fue llevar la estricta contabilidad del personal y los gastos domésticos.
Hetty en su juventud fue bastante atractiva, tenía ojos celestes y un rostro agradable. Su padre intentó presentarle pretendientes, cuando ella tenía 20 años, pero a ella no le importaba el matrimonio ni el amor, solo pensaba en el dinero.
El tiempo transcurrió y los padres de Hetty fallecieron, dejándole una pequeña fortuna valuada en 5 millones de dolares que empezó a invertir con gran astucia y eficacia.
Se casó tiempo después con Edward Henry Green, él pertenecía a una rica familia de Vermont. Pero Hetty hizo firmar a su futuro marido un contrato pre-matrimonial para que no se metiera con su dinero.
Al cabo de un tiempo se mudaron a Londres, donde nacieron sus dos hijos, Edward y Harriet Sylvia. Aquí Hetty continuó invirtiendo su dinero, y el afán de no gastar se convirtió en una obsesión:
Rentaba un departamento bastante pobre para no gastar mucho dinero y así evitar pagar impuestos.
Sus hijos iban a la escuela sucios, y con ropas remendadas mil veces.
Cuando salía a trabajar desde muy temprano, llevaba consigo avena, para evitar comprar almuerzo en la calle, pidiendo agua a cualquiera para preparar su económica comida.
Hetty hacía todas las compras para la casa, evitando al extremo los gastos “innecesarios”: compraba galletas rotas porque eran más baratas y devolvía las cajas de fruta para obtener cinco centavos.
Incluso si en el camino encontraba alguna madera con clavos viejos, los llevaba a su casa para reutilizarlos.
Cambiaba de ropa interior solo cuando ya no se podía seguir usando, no se lavaba las manos y viajaba en un viejo carruaje.
Cuando falleció su suegra, Hetty utilizó vasos comunes en el funeral, esto enfureció a su esposo quién tiró un par de vasos de la cristalería fina que Hetty se había negado a utilizar.
En una ocasión perdió un timbre de dos centavos, y obligó al cochero a buscar por todas las calles por las que pasaron. Cuando el pobre hombre volvió con las manos vacías, lo mandó al hotel a seguir buscando. Pasadas las horas de la búsqueda, Hetty descubrió que tenía el timbre en su bolsillo, solo así dejó descansar al cochero.
Cuando llevaba la ropa a las lavanderas, les insistía en que solo lavaran la parte sucia y no la prenda completa, para no desperdiciar el jabón y no desgastar la ropa.
Su ropa brillaba de vieja y gastada, dándole la apariencia de una pordiosera, además del olor que desprendía ya que se rehusaba a bañarse para no desperdiciar agua, y jabón.
El extremo de su tacaña forma de vida fue cuando su hijo Edward se quebró la pierna de niño, y para ahorrarse en el médico, intentó que lo admitieran en una clínica para pobres, pero se armó el alboroto cuando la descubrieron. La pierna se infectó y tuvo que ser amputada debido a la gangrena.
Después de 20 años de sufrir dolor a causa de una hernia, Henrietta visitó al doctor, este le dijo que debía operarse de inmediato y que el costo era de 150 dólares, ella pateó el piso y le dijo al doctor: “¡Todos ustedes son iguales! ¡Bola de rateros!”.
Finalmente falleció luego de discutir con la criada, sobre la leche.
En octubre de 1998, en la portada de American Heritage Magazine, Hetty apareció en el número 36 de los 40 más ricos en la historia de Norteamérica. En dólares de hoy su fortuna se estima en 17.3 billones. Ella es la única mujer en la lista.