Todos tenemos claro que echarse desodorante en las axilas forma parte de la higiene básica que cualquier persona debe tener, ¿verdad? Pero… ¿y si no fuera así? ¿Cuál es realmente la razón por la que utilizamos el desodorante? ¿Se trata realmente de una cuestión higiénica, o es algo que simplemente nos exige la sociedad? Y sobre todo, ¿qué tiene de malo nuestro propio olor corporal, especialmente en el caso de las mujeres, para que tengamos que ocultarlo con tanto esmero?
Estas fueron las preguntas que se hizo Meg Zulch. La joven se puso a darle vueltas al tema y se dio cuenta de una cosa: solo encontraría la respuesta a sus preguntas probándolo por sí misma. Así fue cómo dio comienzo su experimento: iba a dejar de utilizar desodorante durante una semana, e iba a llevar un diario donde contaría sus impresiones.
Los primeros días de su experimento, Meg era demasiado consciente de su supuesta falta de higiene. Esta consciencia puede hacer que en principio uno se sienta algo incómodo y preocupado acerca de cómo reaccionarán los demás. Sin embargo, para sorpresa de Meg, durante los 2 primeros días el olor no era nada fuerte y nadie se percató.
Meg notó algo muy positivo: sentía cómo sus axilas, ahora libres de sustancias químicas, tomaban su primer soplo de aire fresco en años. Además, la irritación que normalmente se sufre en esa zona, por ejemplo por la depilación, había disminuido considerablemente. Incluso pasó a percibir su propio olor como „sexy“. Hasta ahora todo parecían ventajas.
A lo largo de la semana, su confianza fue en aumento. Se dio cuenta de que, si eres una persona que no suda en exceso, los que están a tu alrededor casi ni lo huelen, y además, llegados a este punto, es posible que ni siquiera te importe lo que piensen los demás. Es entonces cuando uno se plantea qué tiene de malo el olor corporal, y comienza a sentirse más a gusto. Además, Meg hizo otro descubrimiento revelador: al salir a caminar, ¡no sudaba más de lo que lo hacía cuando usaba desodorante! ¿No se suponía que evitaban el olor a sudor?
Sin embargo, no todo eran cosas buenas. A medida que se acercaba el final del experimento, como es obvio, el hedor iba en aumento. Al final del quinto día, resultaba casi insoportable. Por lo tanto, es momento de pensar en otras alternativas que nos puedan sacar de este lío sin tener que volver a rastras a por el desodorante, y encontró la solución: ¡aceites esenciales! De esta manera, evitas usar productos químicos y reduces al mismo tiempo su olor corporal.
El último día, Meg notó que sus axilas todavía olían al aceite esencial que se había echado el día anterior, y esa fragancia duró todo el día. Finalmente, ¡había ganado la batalla contra el desodorante!
Meg terminó tirando a la basura su bote de desodorante. ¡Adiós a los químicos! Ahora utilizaría solo aceites esenciales. Sin embargo, si eres de los que sudan mucho, o vas a hacer frente a un día con mucha actividad física, Meg recomienda utilizar desodorante de alumbre (crystal deodorant en inglés) u otras alternativas naturales.
El experimento de Meg nos hace pensar que quizá esa medida que consideramos básica no es tan necesaria. Además, no hay que olvidar que el desodorante lleva aluminio, lo que puede ser perjudicial para nuestra salud, ya que forma una barrera deteniendo el flujo de sudor en la superficie de la piel (algunos científicos sugieren una relación entre el aluminio y el cáncer de pecho, aunque aún no existen estudios concluyentes al respecto).
Meg llega a la siguiente conclusión: “Definitivamente no necesitamos productos químicos que causen cáncer para ocultar nuestro olor corporal. Y sinceramente, ¡en realidad no tenemos por qué cubrirlo! Dale una oportunidad el desafío no-desodorante, ¡y abraza tu hedor sexy!”
Y tú, ¿te atreverías a pasar una semana sin utilizar desodorante? ¿Qué crees que opinarían tus amigos y familiares? ¡Compártelo para saber qué piensan! Al fin y al cabo, como vemos en este experimento, tampoco es para tanto…