Los actores vivieron con miedo durante todo el rodaje, y por suerte sobrevivieron.
Aunque parezca de perogrullo, filmar una película nunca está fuera de riesgos. Ya sea por acrobacias, explosiones o animales en el set, ser actor no es un trabajo fácil, ni mucho menos seguro, como algunos podrían pensar. Pero al menos los productores siempre intentan minimizar esos temores.
A menos que se trate de Noel Marshall, quien produjo la película “más peligrosa de la historia”.
El profesional del cine, conocido por grandes producciones como “El Exorcista” de 1973, tenía una idea en la cabeza, imposible de quitar desde un viaje a África en 1969. Marshall había viajado con su esposa, la actriz Tippi Hedren -que se encontraba filmando “Satan’s Harvest” de George Montgomery-, a una reserva en Mozambique, y allí se encontraron con una peculiar escena: una cabaña abandonada y repleta de leones.
La situación quedó grabada en la cabeza de ambos, y decidieron realizar la película, utilizando sus propios fondos. Se llamaría “Roar”, como el rugido de estos felinos. Y sería una declaración de conciencia para con el reino animal.
La familia sería representada por la real también. La hija de Hedren, una joven Melanie Griffith, y John y Jerry, los hijos de ambos. En la película, visitarían a su padre, sin saber los peligros que correrían. Y tal parece que la ficción venció a la realidad.
Para prepararse, la familia convivió con los animales -132 leones, tigres, chitas y panteras, y hasta elefantes- seis meses antes del rodaje, ganándose la confianza de las bestias, al tiempo que ellos tomaban valor para estar día a día con ellos. El rodaje empezó en 1976, con un acotado presupuesto de 3 millones de dólares, que a los 5 años ascendió a los 17 millones. Poco para lo que necesitaban, por lo cual el filme fue grabado en “estilo documental”, más por precariedad que por decisión estética.
Todo iba bien hasta que debieron filmar las escenas violentas, y el instinto de los leones despertó, como era de esperar -pero Marshall no lo pudo predecir.
El director de fotografía, Jan de Bont, fue mordido por un león en la cabeza y le debieron realizar 220 puntos luego de que este le arrancara parte del cuero cabelludo. Días después estaba de vuelta en la producción. El controvertido director fue mordido tantas veces que desarrolló un cuadro de gangrena, y pasaba constantemente en el hospital. La esposa, Hedren, también sufrió, luego de que se cayera del elefante Timbo y se fracturara una pierna, y luego de gangrena, también por una mordida de animal.
Y por si fuera poco, la hija de Tippi, Melanie, fue atacada por un león en la cara, por lo que debió someterse a una cirugía de reconstrucción. “Mamá, no quiero terminar el rodaje con la mitad de la cara arrancada”, le manifestó. Para peor, esa escena quedó registrada en el corte final de la película.
Como si ya no fuera suficiente desgracia, la producción de 5 años también debió superar otros obstáculos, como un incendio y dos inundaciones, animales enfermos y muertos, y equipos destruidos. El filme, eso sí, se estrenó, pero sólo en algunos países europeos, por la mala prensa que tenía. Y la recaudación fue un fracaso: sólo 2 millones dólares. Para colmo, Hedren se divorció de Marshall, un año después del estreno.
“Pensamos que criar a nuestros hijos y a esos animales bajo el mismo techo podía minimizar los ataques cuando empezara el rodaje, pero en retrospectiva no fue una buena deducción, sé lo estúpido que fue hacer esa película, me asombra que nadie haya muerto en ella”, declaró un tiempo después Noel Marshall.
Y su hijo, el actor John Marshall, está más que de acuerdo. “Podría haberme muerto mil veces (…) nuestro padre fue un verdadero imbécil por hacerle eso a toda la familia”, aseveró en entrevista con New York Post.
Pero no todo lo que salió del filme es negativo. Hedren escribió un libro titulado “The Cats of Shambala”, donde contó su experiencia con “Roar”, y además lideró la organización The Roar Foundation, con la cual ayudó a la preservación de los felinos africanos.