10 datos asquerosos que tenían en común los ricos y los pobres en la Edad Media

Cuando ves una película que está ambientada en la Edad Media o el Renacimiento los lujos no se escatiman, y podemos ver que incluso pobres y ricos suelen tener ese aspecto pálido en su rostro, como recién salidos de la ducha. Estamos acostumbrados a ver a las personas de la alta sociedad con vestidos llamativos, hermosas y excéntricas pelucas, y las más lujosas joyas (en hombres y mujeres).

En la gran pantalla cada detalle cuenta, por lo que todo tiene que verse tan atractivo para que llame la atención del espectador; sin embargo, si se plasmara tal cual, la realidad sería más apestosa. Y sí, lo decimos LITERALMENTE.

1. La apariencia pulcra de las películas es una farsa

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Resulta que esa apariencia de las mejillas sonrojadas y que parecen ser personas muy pulcras son en realidad pura mentira, pues desde la caída del Imperio Romano, en el 476, y hasta finales del siglo XVIII, la higiene personal brilla por su ausencia.

Resulta que cuando llegó la cristiandad quitó muchas costumbres y ritos romanos, entre los que incluyó el aseo personal y los baños, pues lo consideraba como un lujo innecesario que incitaba al pecado. Así que lo prohibió.

2. Tenían un miedo irracional al agua

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Llegó a tal grado que fueron los mismos médicos -la mayoría también sacerdotes y monjes- quienes extendieron un miedo irracional al agua, pues decían que el agua, sobre todo la caliente, debilitaba los órganos, lo que ocasionaba que el cuerpo estuviera expuesto a condiciones insalubres y vulnerable a cualquier tipo de enfermedades. Consideraban el agua completamente perjudicial, pues decían que era mala para la vista, provocaba dolor dental, empalidecía el rostro y dejaba el cuerpo sensible al frío y la piel reseca en verano; incluso decían que tener una capa de mugre sobre la piel podría impedir que las enfermedades penetraran en el organismo.

3. Quizás estés pensando que eso era sólo para la gente pobre, pues ¡no!

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La misma reina Isabel de Castilla, ferviente católica, presumía – PRESUMÍA – de haberse lavado solo dos veces en su vida, después de nacer y el día de antes de su boda. Algo normal entre la clase palaciega del sigo XV.

Así es, el olor de la clase alta era tan desagradable como el de la clase baja. Los lujosos vestidos y las ostentosas pelucas no se lavaban seguido, y ahí encontrabas liendres y piojos (se dice que bajo las pelucas ponían trozos de tocino fresco para que los bichos se adhirieran a ellas).

Los más adinerados, como el famoso Rey Enrique VIII, contaban con un grupo de sirvientes dedicados a despiojarlos una vez al día, limpiarles el trasero después de hacer sus necesidades y lavar sus partes íntimas. En las zonas exteriores, estos lacayos también se encargaban de ahuyentar a los insectos y moscas que pululaban alrededor de ellos.

4. Cuanto más grande era la ciudad, más apestosa

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Razón por la que París y Londres fueron consideradas como las ciudades más sucias del mundo.

El olor de las calles era horrible, pero el de las casas y edificios públicos no era mejor, sobre todo si se producía una aglomeración de gente. En las iglesias, por ejemplo, se quemaba incienso para enmascarar el olor hediondo que despedían los feligreses.

5. Realizaban aseos en “seco”

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La gente realizó aseos en “seco” frontando una toalla húmeda solo por las partes del cuerpo que quedaban expuestas.

6. La piel bajo la ropa podía pasar años antes de ver una gota de agua

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Los médicos prohibían a las madres que bañaran a los niños con la intención de evitar accidentes o se volvieran “blandos”. La gente tenía miedo a la muerte y por ello no se lavaban, pero precisamente así era como la encontraban. Cualquier corte o herida se infectaba rápidamente y la mortalidad infantil era altísima.

7. Después de dos siglos se popularizó el “baño anual”

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Tuvieron que pasar dos siglos para que la población aceptara el baño como un mal necesario. En el siglo XVII se popularizó lo que llamamos el “baño anual”, donde una vez al año la familia realizaba un baño en una tina de agua caliente.

Primero el cabeza de familia, seguido por el resto de hombres por orden de edad. En el segundo turno las mujeres, también por edad. Y por último los niños, niñas y bebés que debían conformarse con el agua sucia y fría.

8. Las personas no se quitaban el sombrero para que los piojos no saltaran

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Las personas a menudo no se quitaban el sombrero para poder tomar sus alimentos, y no eran porque fueran malos anfitriones, estos accesorios evitaban que las liendres y los piojos saltarán a la comida. Además, disimulaban un poquito el mal olor.

9. ¿Conoces la tradición del ramo de novias? Así empezó…

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La mayoría de los matrimonios se celebraban en junio, de forma que coincidiera con el verano boreal. La razón era simple: el primer baño del año era, por norma general, tomado en mayo; de forma que en junio, la pestilencia de los novios aún era tolerable.

De cualquier forma, y como un mes de suciedad da para tumbar a cualquiera, las novias solían llevar ramos de flores al lado de su cuerpo y en los carruajes para disfrazar el mal olor.

Así nació la tradición de casarse entre mayo y junio, y el conocido ramo de flores que aún hoy portan las novias.

10. El baño se convirtió en una práctica más frecuente… para los hombres

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No fue hasta mediados del siglo XIX que el baño se convirtió en una práctica más frecuente. Primero cuando la necesidad lo exigía, después una vez al mes, y luego, una o dos veces por semana.Aunque a las mujeres no se les recomendaba que lavaran sus partes íntimas, pues aún se relacionaba esta práctica con la infertilidad. Tampoco podían bañarse durante el período, una creencia que en algunos círculos se mantiene hoy día.

Curiosamente las civilizaciones antiguas no eran tan sucias como las de la edad media y el renacimiento. Al revés, existe un amplio registro documental sobre sus hábitos de higiene, baños termales, aseos diarios, afeitado corporal y mucho más. Pero todo se perdió tras la caída del Imperio romano. Más de 1000 años duró este ejercicio de involución humana, que hizo de la suciedad su bandera y que terminó bien entrado el siglo XIX. Esperemos que jamás vuelva a repetirse.