De vez en cuando, todos los niños ponen a prueba los nervios de sus padres y esto es normal y lógico. Pero, si algunas situaciones se repiten con demasiada frecuencia, vale la pena empezar a tratarlas, a fin de evitar que crezcan con el niño y acaben desencadenando consecuencias muy desagradables. Los especialistas cuentan qué señales deberían poner en alerta a los padres.
Hemos recopilado para ti siete hábitos de los niños que requieren de una especial atención y, en caso de que sea necesario, tratarlos con un un psicólogo para corregirlos.
¿Cómo entender si el problema requiere de una intervención?
Estos síntomas revelan que la situación no es una de las típicas que se resuelven por sí solas:
La conducta del niño te preocupa durante un mes o más.
No eres capaz de controlar lo que sucede.
La manera en que se comporta el pequeño hace sufrir a los demás.
El comportamiento del niño cambió drásticamente y sin razón alguna aparente. Por ejemplo, si una niña habladora rodeada de sus amigas, de repente se retrae y empieza a protestar constantemente, esta es una razón para, al menos, mantener una conversación seria con ella.
En los niños mayores se ve afectada su actitud hacia la educación: el rendimiento académico empieza a decaer, aparecen conflictos, a veces incluso peleas, demoras y absentismo.
Se observan problemas con la comida, el sueño y la higiene.
Existen otras cuestiones a las que se debe prestar atención:
1. Es incapaz de perdonar
“El perro no quiso jugar con mi hijo en el patio porque hacía calor y luego se quedó dormido”.
Los niños necesitan que se les enseñe a cómo salir de una situación de conflicto. Sin embargo, los padres, con frecuencia, sostienen que se debe devolver el golpe sufrido, al menos con palabras, aunque hay muchas situaciones en las que hace falta dejar a un lado lo negativo para no retenerlo dentro durante años. Pero si el niño constantemente rebobina en su cabeza, incluso en los conflictos más pequeños, o siempre trata de vengarse del ofensor, estas son campanas de alarma que requieren actuar y tomar nota de su importancia.
Qué hacer:
Asegúrate de que el niño comprende qué es el “perdón” y qué significa este. Por eso, se debe dar ejemplo empezando por uno mismo. Enseña al niño a analizar las emociones, las suyas y las de los demás, y a comprender por qué se produjo el conflicto. Explícale cómo se puede salir de una situación desagradable.
2. Elude su responsabilidad
“Cuando era niño, mi hermano mayor, cada vez con mayor frecuencia, decía que no había sido él y me culpaba a mí, y para que yo no confesase, me decía que a los delatores los entregaban al orfanato. En definitiva, se aficionó tanto a hacerlo que me culpó hasta de la ‘muerte’ del televisor, el cual se le cayó y se rompió. El único ‘pero’ a esto es que ocurrió cuando mis padres se fueron para recogerme en el hospital. Y yo estaba tan acostumbrada a que me echaran la culpa, que confirmé toda su historia. Lo castigaron notablemente, añadiendo todos los casos anteriores sospechosos”, narró una de las usuarias de una comunidad en Internet.
Y ahora imagínate que ya es una persona adulta que culpa a los demás de cualquier error o fracaso propio en la vida, pero ya no está en casa, sino en el trabajo.
Qué hacer:
Desde la infancia, se debe acostumbrar al niño a asumir sus responsabilidades, expandiendo gradualmente los límites de estas. Hablar sobre los problemas con él y hacerle entender las consecuencias de una mala conducta, para lo cual es necesario comprender las causas. Crear normas claras de comportamiento y seguirlas dando el ejemplo.
3. Excesiva terquedad
“Ella hizo eso con su pelo adrede. Me llevó más de dos horas desenredarlo”.
La capacidad de insistir en sus ideas es un buen rasgo si al mismo tiempo una persona se da cuenta de que a veces es necesario asumir compromisos y ser capaz de cumplirlos. Esta capacidad puede y debe desarrollarse desde la infancia, así será mucho más fácil de adquirir.
Qué hacer:
Comprende los sentimientos del niño para entender por qué cae en la obstinación. Enséñale a encajar sus emociones y motivos, así como los de otras personas. Define límites claros entre “permitido” y “prohibido”. No te rindas ni caigas en la provocación. Renuncia a “mendigar”, sobornar, protagonizar disputas, fingir indiferencia, realizar acusaciones, intentar avergonzarlo y otras maneras de conducta similares. Habla siempre con calma, claridad e inequívocamente: “Solo habrá dulces después de comer la sopa” en vez de avisar con “No querrás comer después si ahora te doy una magdalena”. Si es posible, pueden hacerse concesiones.
4. Manipula
Este niño se subió allí y comenzó a llamar a su padre gritando por toda la tienda.
Algunas veces, los niños intentan manipular muy directamente; por ejemplo, provocando una rabieta en una tienda; otras veces, con acciones más sutiles. El resultado es este: las personas a su alrededor hacen lo que se les exige y, a menudo, en contra de su voluntad. Pero el niño debe entender que sobre esta base no será posible construir relaciones sanas con la familia, los amigos o con cualquier otra persona.
Qué hacer:
Aprende a distinguir bien entre lo que son caprichos y rabietas para obtener lo deseado, y las reacciones que surgen de algo que realmente preocupa al niño. Presta la suficiente atención a tu hijo: a menudo, las manipulaciones aparecen cuando no hay suficiente comunicación con sus padres. Es difícil reaccionar a tal comportamiento con calma, sin gritos ni amenazas, pero si actúas así no obtendrás ningún resultado constructivo ni positivo.
5. Teme a los cambios
¿Recuerdas cómo Sheldon Cooper repitió que solo él podía sentarse en su lado del sofá? Para un niño, seguir el orden establecido es muy importante, pero a medida que crezca debe acostumbrarse a los cambios y aprender a aceptarlos. En el mundo moderno, con un ritmo de vida a veces frenético, el conservadurismo excesivo puede acarrear graves consecuencias. Si el niño ya va a un kínder y monta una rabieta por un orden incorrecto de los lápices en su caja, es necesario comprometerse con esta problemática en serio.
Qué hacer:
El otro lado del miedo: la curiosidad, por lo que vale la pena contarle al niño de antemano qué es lo que le espera. Controla tus emociones, vigílate mientras le cuentas eso: los niños leen fácilmente el lenguaje corporal y pueden captar fácilmente la emoción. Encuéntrale una compañía: con frecuencia, para un niño, es más fácil hacer algo si al lado tiene a un amigo, eso será mejor que solo. Habla sobre sus sentimientos para que sepa que ha sido escuchado y entendido. Trata cada caso con comprensión, por muy insignificante que pueda parecerte, para el niño eso puede ser muy importante: simplemente recuerda tu propia emoción antes, por ejemplo, de hacer un examen o protagonizar una actuación.
6. Actúa con impulsividad
“El hijo de mis amigos alcanzó a entrar en la despensa”.
La impulsividad de los niños puede parecernos linda hasta que este ponga una sartén caliente en una bandeja de plástico, o manche sus nuevos pantalones pisando el primer charco que ha visto porque “quería saltar”. Los niños dicen y hacen lo primero que les viene a la cabeza sin pensar en las consecuencias, y esto puede convertirse en un problema, no solo para ellos. En estos casos, los padres deben enseñarle a evaluar de antemano lo que provocarán con sus acciones.
Qué hacer:
Mantener la calma. Averiguar por qué el niño actuó de esa manera y hablar sobre el caso en concreto. Enséñale a analizar sus propias emociones. Deja que el niño corrija las consecuencias de sus actos o, al menos, lo intente. Al decirle lo que debe hacer, debes pedirle que repita lo que has dicho para asegurarte de que lo recuerda con precisión. Enséñale autocontrol; por ejemplo, a través de juegos. Establece normas claras, especialmente para esos casos en que el comportamiento impulsivo interfiere en el niño, así como elogia esos momentos en que logra controlarse.
7. Es incapaz de divertirse de manera adecuada
La psicóloga infantil Katerina Murashova, una vez, llevó a cabo un experimento. Ofreció a 68 adolescentes, de entre 12 y 18 años, pasar 8 horas solos, sin dispositivos ni comunicación con otras personas. Solo 3 adolescentes lograron terminar el experimento, mientras que el resto acabó sintiéndose mal.
Muchos niños no saben cómo ocupar su tiempo y esto es normal. Pero uno un poco mayor necesita aprender a ser autosuficiente. Si esta habilidad no se adquiere, el niño no será capaz de concentrarse en sus propios sentimientos, porque siempre se distraerá con el “ruido externo”, y no se oirá a sí mismo. Los adultos que no saben lo que quieren y entran en pánico cuando el teléfono se queda sin batería son los que crecen a partir de este tipo de perfiles de niños.
Qué hacer:
Comunícate con el niño, hagan cosas juntos. Establece restricciones en el uso de dispositivos. Enséñale a entender lo que le gusta y lo que no, incluso sobre sí mismo. Ayúdale a encontrar intereses alejados de esos dispositivos.
Si no consigues corregirlo por tus propios medios
“Mi hijo de 10 años tiene un trastorno obsesivo-compulsivo y poco a poco recoge eso”.
Acude al psicólogo. Eso solo significará que te importa lo que sucede en tu familia y con tus seres queridos, que deseas obtener ayuda de un especialista cualificado. Este es un comportamiento razonable propio de un adulto, así que no te avergüences por ello. Además, el mismo hábito destructivo en diferentes niños puede responder a una gran variedad de razones, y el autodiagnóstico en el campo de la psiquis, a menudo, resulta incorrecto.