Los psicólogos de todo el mundo reflexionan acerca de por qué algunas personas luchan por continuar en una relación en la que no son felices. Por supuesto que la mayoría de las parejas no se separan debido a los hijos o a los bienes materiales: no quieren dañar a los primeros ni dividir lo segundo. Pero también existen otras razones, como el miedo a la soledad o al cambio. Para averiguar qué otras cosas mantienen a las personas en una relación tóxica, les preguntamos a varios hombres y mujeres por qué no terminaron con sus parejas aun cuando los momentos negativos con ellos habían superado con creces a los positivos. A continuación, podrás leer sus testimonios.
Entrevistamos a personas que alguna vez se encontraron en situaciones de este tipo y, con su permiso, quiere compartir contigo sus historias.
Mis padres se separaron cuando yo tenía 5 años. Mi madre, prácticamente el día siguiente después del divorcio, comenzó a buscar a un nuevo esposo, porque la habían educado bajo el lema “Una mujer soltera es defectuosa”. Lo mismo se me inculcó a mí, por lo que tuve que prepararme para el papel de la dama ideal que haría cualquier cosa por el bien de su marido. Mi madre me enseñó a cocinar, a coser, a limpiar, y, a los 10 años, deslizó en mi habitación un libro sobre cómo se hacen los bebés.
Me casé a los 20 años con el hijo de una amiga de mi madre. Un mes después de la boda, me engañó, cosa que me informó inmediatamente, diciendo que “El hombre debe ser un cazador, y la mujer debe quedarse en casa y aguantar”. Durante varios años, él fue regularmente a “cazar”, mientras yo cocinaba sus sopas y siempre trataba de lucir bien (como en la película Las mujeres perfectas), siguiendo los preceptos de mi madre, solo para no convertirme en una “mujer defectuosa”. Al final, él me dejó por una chica que amaba la pesca y el senderismo más que cualquier otra cosa, y que nunca se maquillaba.
M., 28 años
Era mi segundo matrimonio, y el primero no había terminado muy bien: con mi exesposo dividimos prácticamente cada cosa. Pero antes del divorcio, nada presagiaba problemas. Mi primer marido era un hombre coherente y generoso, ni siquiera podía imaginar que llegaríamos a eso. Aparentemente, en algún lugar de las profundidades de mi alma, temía que se repitiera esa situación que me había costado muchos nervios, por lo que no me atreví a romper la relación obsoleta de mi segundo matrimonio. ¿Cómo terminó todo? Él encontró a otra mujer y se fue, diciendo que ya llevaba mucho tiempo sin tener por mí ningún sentimiento que no fuera el de la amistad. No dividimos nada.
M., 36 años
Vivía con mi esposa por lástima. Era una persona muy buena, muy amable. Ayudaba a orfanatos, a refugios y Dios sabe a quién más. Nunca dijo ni una mala palabra sobre nadie. Y me amaba mucho, se puede decir que me atendía como a un rey. Yo sentía que, literalmente, cometería un crimen si la abandonaba, que ella no podría sobrevivir sin mí en este mundo cruel y malvado, y me sentía como un verdadero Superman por eso. Al final resultó que ella también vivía conmigo por lástima, pensando que yo estaría completamente indefenso ante los problemas diarios de la vida cotidiana. En uno de los orfanatos que frecuentaba conoció a un chico, también voluntario, pero no me dejó hasta que él insistió en contármelo todo. Ahora soy amigo de ambos y hasta me convertí en el padrino de su hijo.
E., 30 años
Estuve soltera durante mucho tiempo, y ninguna de mis relaciones duró más de un par de meses. Me casé recién a la edad de 30 años, y solo lo hice porque tenía miedo de quedarme sola para toda la vida, y él, aparentemente, buscaba a una ama de casa que reemplazara a su recién fallecida madre. Ni siquiera tuvimos una boda, solo fuimos a un registro civil y firmamos.
Un mes después quedé embarazada. Fue una etapa muy difícil, por lo que no podía pensar en los sentimientos y cosas por el estilo. El niño no nació muy sano, al padre prácticamente ni le interesaba, pero no me atreví a divorciarme por el mismo temor de quedarme sola. Un par de años más tarde, cuando la salud de mi hijo mejoró, empaqué las cosas y me fui a la casa de mis padres, y luego pedí el divorcio. Lo gracioso es que él ni siquiera entendió por qué lo había hecho.
S., 35 años
¿Recuerdan uno de los episodios de Sexo en la ciudad, donde Carrie conoció a un chico que tenía una familia genial? Bueno, a mí me pasó casi lo mismo. Hace poco me mudé a una nueva ciudad y en una “cita rápida” conocí a un muchacho agradable y culto. Salimos durante un mes, y me invitó a una fiesta familiar. Eran las personas más hermosas del mundo, e inmediatamente me hice amiga de su hermana.
Otro mes más tarde, comenzamos a vivir juntos, y resultó que él no sabía hacer nada en la casa, y todas las decisiones (incluso las laborales) las tomaba solo después de consultar con su madre. Viví con él durante un año, pero al final ya no pude seguir soportándolo y decidí irme. Su hermana, por cierto, estaba de mi lado. Ahora, al pensar por qué no me fui antes, llego a la conclusión de que simplemente tenía miedo de perder a los únicos amigos cercanos que tenía en esa ciudad.
O., 25 años
Esta no es mi historia, sino la de mi madre. Nuestro padre no era, por decirlo suavemente, la mejor persona del mundo. No, él no golpeaba a mamá, ni la insultaba y ni siquiera bebía ni fumaba. Pero era, por decirlo de alguna manera, un vago crónico. A lo largo de su vida, trabajó, como mucho, un par de años, y el resto del tiempo lo pasó en un sofá con un libro, sin enterarse de la existencia de las personas que lo rodeaban.
Tengo un hermano y una hermana, por lo que mi madre tuvo que arreglárselas con tres hijos (cuatro, contando a mi padre que no hacía nada para ayudar en casa) y el trabajo. Cuando crecí y mi padre murió, le pregunté a mi madre por qué no se había divorciado de él. Ella contestó que vivía con él por el bien de los niños, para no dejarlos sin un padre, y que él “no bebía ni la golpeaba”. No le dije nada, pero pensé que de todos modos nunca habíamos tenido un padre.
P., 24 años.
Probablemente sonará extraño, pero no me separaba de mi exesposa por un sentimiento de posesividad. Ella era muy hermosa, pero no muy inteligente. Prefería revistas de moda a los libros, y comedias tontas de un sentido del humor extraño a las buenas películas. Pero era una excelente ama de casa, sabía cocinar y todo eso. Me encantaba salir con ella y me gustaba que otros chicos doblaran los cuellos para mirarla.
Me di cuenta de que no la amaba un mes después de la boda, pero la idea de que esa belleza terminara en manos de otra persona me sacaba de quicio. Tres años después de la boda, conocí a una chica de apariencia común, pero muy inteligente, y me separé de mi esposa. Debo darle crédito, se fue tranquila. Honestamente, creo que ni siquiera entendió lo que había pasado.
I., 41 años
Han pasado 10 años desde que rompí con mi pareja después de 5 años de una relación infeliz. En realidad, nos habían juntado nuestros padres, y no nos resistimos demasiado porque éramos bastante infantiles. Nos compraron un departamento y nos mandaron a vivir allí. Un año después tuvimos un hijo que, sinceramente, no necesitábamos.
Yo no era particularmente infeliz, pero tampoco era feliz. A él seguramente le pasaba lo mismo. A veces le decía a mi madre que quería vivir sin mi marido, pero ella me contestaba que dejaría de ayudarme económicamente (y prácticamente nos mantenía) y que tendría que buscarme un trabajo. Nos divorciamos cuando mi esposo se cruzó con su excompañera de clase a quien una vez amó mucho, y se fue sin reclamar los derechos ni sobre el departamento ni sobre su hijo.
E., 39 años
Nos casamos, como se dice, por un gran amor. Vivimos 5 años en perfecta armonía, nacieron 2 niños, todo estaba bien. En un momento, ella cambió repentinamente: se volvió irritable, estaba constantemente de mal humor. Traté de averiguar qué le pasaba, porque mis sentimientos por ella no habían cambiado, pero cuanto más preguntaba, más se aislaba.
Un día, por fin se dio por vencida y me dijo que había conocido a otro hombre en el trabajo y que tenían una aventura amorosa. Hablamos, y ella prometió que iba a separarse de él, y la perdoné porque la amaba. Mi esposa rompió con él, pero no pude olvidar la traición, y eso me impidió seguir viviendo tranquilamente porque ya no había más confianza. Como resultado, un año después solicité el divorcio, aunque mis sentimientos por ella no habían cambiado.
S., 39 años
Mi infancia no fue fácil. No, no me dejaban sola y no pasaba hambre, pero no me gusta recordar ese período de mi vida. No tenía padre, y mi madre trabajaba en 3 lugares para alimentarnos, por lo que rara vez aparecía en casa. Fui criada por mi abuela, una mujer muy dura y, a veces, francamente cruel. Ella no me pegaba, pero me humillaba constantemente. Decía que era estúpida, fea y que nunca me casaría porque a las idiotas así “Nadie se las llevaba, ni aunque fueran gratis”.
Me casé a los 18 años con un chico que me había cortejado desde el 1er grado de la escuela y que me propuso casamiento en el baile de graduación. No sentía nada por él, pero vivimos tranquila y pacíficamente durante 5 años, hasta que conocí a un hombre de quien me enamoré. ¿Por qué viví con él? Lo más probable es que por un sentimiento de gratitud por el hecho de haberme “llevado”.
A., 28 años