La bondad, la comprensión y la sinceridad son cualidades que nunca pierden valor. Desafortunadamente, a veces, hay personas con pautas morales completamente diferentes a las moralmente aceptadas. Defenderse de sus ataques y burlas, y no caer al mismo nivel, puede ser difícil. Pero por algo dicen que no hay mal que por bien no venga: hasta la situación más desagradable puede dar un repentino giro de 180 grados.
Con el permiso de la autora Anna Valentinovna Kiryanova, compartimos contigo una historia cálida y conmovedora sobre el hecho de que los milagros ocurren… incluso cuando ya nadie cree en ellos.
A una mujer le regalaron un coco.
Para Navidad, en el trabajo se hizo una fiesta corporativa, como se dice ahora, en la cual todos recibieron presentes: un grupo de empleadas energéticas se ocupó se esa tarea. Y todos obtuvieron un regalo del resto del equipo. Había un Santa que los sacaba de una bolsa y los entregaba. Todos recibieron obsequios normales, y hasta buenos: una hermosa tetera, una funda para el teléfono con diamantes de imitación, unos auriculares… Y esta mujer, Vero, recibió un coco. A propósito.
Vero era una mujer soltera de 43 años de edad, delgada, un poco encorvada, entusiasta y romántica. Muy amable, servicial, tranquila. La gente se burlaba de ella y, en esa ocasión, decidieron jugarle una broma: le regalaron un coco. Ridículo, peludo, completamente inútil. Todos se rieron a carcajadas cuando Vero, desconcertada, lo presionó contra su pecho, como a una cabeza cortada. Las personas habían bebido, y rieron hasta las lágrimas. Una colega incluso dijo, entre risas, que ahora Vero tendría a alguien para cuidar…
Vero se fue a casa con su extraño regalo. Tenía la garganta cerrada. Por alguna razón, rompió a llorar amargamente, como en la infancia. Se fue de la fiesta, pero nadie la estaba esperando en su hogar. No había comido ni un bocado, aunque había llevado una tarta, había horneado un pastel y había hecho una ensalada, pero no se quedó y no comió nada. Caminó por la calle oscura con un coco en las manos y lloró amargamente por su ridícula vida.
Y en la puerta de su edificio se le acercó un hombre que vivía al lado. La saludó y le preguntó qué era eso que Vero tenía en sus manos. ¿Qué era lo que ella tan cuidadosamente presionaba contra su pecho?
Vero dijo tristemente que era un coco. Y que, al parecer, era su cena. Solo que no sabía cómo abrirlo. La puerta sería inútil… En la infancia servía para romper nueces, pero con un coco seguramente no funcionaría.
El vecino dijo que había que probar con una puerta de hierro. Que es fuerte. ¡O con un ladrillo! ¡Cerca había una obra de construcción! ¡Tenían que probar con eso!
Vero fue a la obra de construcción con el vecino, llena de desesperación y de tristeza. Empezaron a tirarle ladrillos al coco. En una noche oscura, en invierno, en una obra de construcción, había dos adultos lanzando ladrillos.
¡Pero el coco no se abrió! Aunque tiraron con fuerza, nada pasó. Hasta que Vero dejó caer un ladrillo en el pie del vecino. Se llamaba Gabriel, por cierto. Gabriel gritó: “¡Ay! ¡Ay!”, como en la infancia. Y luego dijo que en el trabajo tenía un arma y que mañana le dispararía a ese coco. ¡Sí, iría y le dispararía! ¡Y entonces verían qué tan duro era en realidad! ¡Había roto nueces más duras! ¡Era su trabajo!
En resumen, luego fueron a la casa de Gabriel, aunque él cojeaba mucho. Y comenzaron a cortar el coco con una sierra para metales. Se entusiasmaron mucho, hasta discutían, como en la infancia. Y golpeaban el coco con un martillo. ¡Pasaron un muy buen rato!
Y luego, Vero cocinó unos macarrones mientras Gabriel asesinaba al coco. Y les puso queso rallado. Comieron y volvieron a sus intentos de partir el objeto. Y se divirtieron, y se rieron, y discutieron, y contaron historias de la infancia…
Y luego se dieron cuenta de que estaban hechos el uno para el otro. Se divertían mucho y se sentían muy bien juntos. Genial, como decían en la infancia.
Y pasaron juntos la Navidad. Y todas las Navidades posteriores también. Y siempre compraban un coco en homenaje a su encuentro…
Y Vero se fue de ese trabajo. Encontró otro, comenzó a organizar bodas. Aprendió a ser maestra de ceremonias y de diferentes fiestas corporativas, en las que vigilaba atentamente que nadie se quedara sin un regalo, o que fuera ofendido por recibir un coco, por ejemplo…
Aunque lo importante es lo que está adentro del coco, ¿cierto? Y allí puede haber felicidad, amor y prosperidad. De verdad que sí.