El amor puede tener muchos matices. A veces se termina, y, en otras ocasiones, dura toda la vida, pero sin duda es un sentimiento que nos cambia por completo… Nadie lo sabe mejor que quien ha estado enamorado en algún momento. Ciertos personajes de la historia vivieron el amor tan intensamente que sus cartas se han convertido en joyas escondidas de la literatura, inspirando a las generaciones posteriores con la sensibilidad de los sentimientos plasmados en ellas. ¿Hace cuánto no escribes una carta de amor? Puede que estas te inspiren a hacerlo.
Hemos creado para ti una lista de las cartas más románticas de la historia, las cuales te pondrán en sintonía con el mes del amor.
1. De Napoleón Bonaparte a Josefina
Napoleón conoció a Rose Tascher en 1795, pero él la llamaba Josefina. Ambos tuvieron una tormentosa historia de amor en la que la infidelidad, la mentira y los juegos de poder fueron los protagonistas. Pero Napoleón y Josefina compartieron correspondencia muchos años después de su divorcio, hasta cuatro días antes de la muerte de la mujer.
Me despierto lleno de ti. Tu retrato y el recuerdo de la embriagadora velada de anoche no han permitido que mis sentidos descansen.
¡Dulce e incomparable Josefina, qué extraño efecto causáis en mi corazón! ¿Os enfadáis? ¿Os veo triste? ¿Estáis preocupada? Mi alma se rompe de dolor, y vuestro amigo no encuentra reposo… Pero ¿lo encuentro acaso cuando, entregándome al sentimiento profundo que me domina, extraigo de vuestros labios, de vuestro corazón, una llama que me quema?
¡Ah! ¡Cómo me di cuenta esta noche de que vuestro retrato no sois vos!
Te vas al mediodía, te veré dentro de tres horas.
Entretanto, mio dolce amor, recibe mil besos, pero no me des ninguno, pues queman mi sangre.
Napoleón Bonaparte
2. De Martin Heidegger a Hannah Arendt
Hannah Arendt tenía solo 17 años cuando conoció a su maestro de filosofía. Sus cartas dejan ver la profundidad de su amor y el idealismo que existió entre los dos, mientras él continuaba viviendo en matrimonio. Hablaban sobre poesía y filosofía, esperando su pronto reencuentro. Esta correspondencia siguió por más de veinte años.
¡Queridísima!
Gracias por tu carta. Si solamente pudiera decirte cómo soy feliz contigo, acompañándote mientras tu vida y mundo se abren de nuevo. Puedo ver apenas cuánto has entendido y cómo todo es providencial.
Nadie aprecia jamás la experimentación consigo mismo, por esa circunstancia, todos los compromisos, técnicas, moralización, escapismo y cerrazón puede inhibir y torcer la providencia de ser.
Esta distorsión gira en torno a cómo, a pesar de todos nuestros sustitutos para la “fe”, no tenemos ninguna fe genuina en la existencia en sí misma, y no entendemos cómo sostener cosa como esa por nosotros mismos.
Esta fe en la providencia no excusa nada, y no es un escape que me permitirá terminar conmigo de una manera fácil. Solamente esa fe —que como fe en el otro es amor- puede realmente aceptar al “otro” totalmente.
Cuando vi que mi alegría en ti es grande y en crecimiento, eso significó que también tengo fe en todo lo que sea tu historia.
No estoy erigiendo un ideal, aún menos estaría tentado jamás a educarte, o a cualquier cosa que se asemeje a eso.
Por suerte, a ti, como eres y seguirás siendo con tu historia, así es como te quiero. Solo así es el amor fuerte para el futuro, y no solo el placer efímero de un momento. Solo entonces es el potencial del “otro” también movido y consolidado por las crisis y las luchas que siempre se presentan.
Pero tal fe también se guarda de emplear mal la confianza del “otro” en el amor. El efecto de la mujer y su ser es mucho más cercano a los orígenes para nosotros los hombres, menos transparentes, por lo tanto, providencial pero más fundamental.
Tenemos un efecto solamente en cuanto somos capaces de dar. Si el “regalo” es aceptado siempre inmediatamente o en su totalidad, es una cuestión de poca importancia. Y nosotros, cuanto mucho, solo tenemos el derecho de existir si somos capaces de que nos importe.
Nosotros podemos dar solamente lo que pedimos de nosotros mismos. Y es la profundidad con la cual yo mismo puedo buscar mi propio ser, que determina la naturaleza de mi ser hacia otros.
Y ese amor es la herencia gratificante de la existencia, que puede ser. Y así es que la nueva paz se desprende de tu rostro, el reflejo no de una felicidad que flota libremente, pero sí de la resolución y la bondad en las cuales tú eres enteramente tú.
Tu Martin.
Martin Heidegger
4. De Emilia Pardo Bazán a Benito Pérez Galdós
¿Qué podría resultar de un tórrido romance entre dos escritores? Una correspondencia digna de pasar a la historia. Aunque, según la leyenda, las cartas que recibió Emilia fueron quemadas por su hija, debido a que ella y Benito tenían una relación que no era muy bien vista en la época, las que ella redactó fueron halladas en 1889, y compiladas en el libro Miquiño mío.
Antes de que me conocieses, cuando no nos unía sino ensoñadora amistad, ya me figuraba yo (con pureza absoluta, que ahí está lo más sabroso de la figuración) las delicias de un paseíto por Alemania. Los que habíamos dado a través de Madrid me tenían engolosinada, y pensaba yo, para mí: “Qué bonito sería emigrar con este individuo. Me tratará como a una hermana, o, mejor dicho, como a un amigo de confianza entera. Le oiré hablar a todas horas. Aprenderé de él cosas de novela, de estética y de arte. Veremos todo con doble interés y doble fruto. Parece delicado de salud: le cuidaré yo, que soy robusta. Me lo agradecerá: me cobrará mucho afecto, y ya siempre seremos amigos. Nos creerán marido y mujer, y como no seremos nada, nos reiremos…”. En fin, así, un puñado de tonterías. En otras cosas no pensaba, palabra de honor. Tu aparente frialdad, el respeto que te tenía, tu aspecto de formal y reservado, me quitaron esa idea enteramente.
Emilia Pardo Bazán
5. De Salvador Dalí a Gala
Gala y su polémica relación con Dalí dieron lugar a una serie de cartas que fueron enviadas mientras él se encontraba lejos por cuestiones de salud. Su relación no fue muy bien vista por los familiares de ambos, porque Gala ya estaba casada con el artista Paul Éluard y, además, era diez años mayor que Salvador.
Si supieras cuánto deseo verte, cuánto me gustaría tenerte conmigo. Sé muy bien que no puedo retenerte, que la abominación de la vida en común no es para nosotros, pero siento como si hiciera años que no te tengo. Y he perdido el gusto por la vida, por los paseos, el Sol, las mujeres. Solo he conservado el sabor amargo y terrible del amor. Si pudiera estrecharte entre mis brazos, volvería a ser el que he sido para ti en algunos momentos. Te adoro, solo tú existes desde toda la eternidad. Mi pequeña Gala, hermosa, querida mía, maia dorogaia, mi pequeña, mi amor, me muero de estar sin ti.
Salvador Dalí
6. De Jean-Paul Sartre a Simone de Beauvoir
Simone fue compañera de Sartre por más de 50 años. Ambos filósofos, sostenían una pareja muy liberal para su tiempo. Ambos tenían relaciones extramatrimoniales, aunque el lazo que ellos compartían era inquebrantable.
Mi querida chiquilla:
Por mucho tiempo he querido escribirte por la tarde, luego de esas salidas con amigos que pronto estaré describiendo en “A Defeat”, del tipo donde el mundo es nuestro. Quise traerte mis alegrías de conquistador y postrarlas a tus pies, como hacían en la Era del rey Sol. Y luego, agotado por el griterío, siempre me iba simplemente a la cama. Hoy lo hago para sentir el placer que tú aún no conoces, de virar abruptamente de amistad a amor, de fuerza hacia ternura. Esta noche te amo en una manera que aún no conoces en mí: no me encuentro ni agotado por los viajes ni envuelto por el deseo de tu presencia. Estoy dominando mi amor por ti y llevándolo hacia mi interior como elemento constitutivo de mí mismo. Esto ocurre mucho más a menudo de lo que lo admito frente a ti, pero rara vez cuando te escribo. Trata de entenderme: te amo mientras prestas atención a cosas externas. En Toulouse, simplemente te amaba. Esta noche te amo en una tarde de primavera. Te amo con la ventana abierta. Eres mía, y las cosas son mías, y mi amor altera las cosas a mi alrededor y las cosas a mi alrededor alteran mi amor.
Jean-Paul Sartre
7. De Frida Kahlo a Diego Rivera
Diego y Frida se casaron en 1929, para después descubrir que, para él, la fidelidad no era una opción. No podían estar juntos, pero tampoco separados. Así que decidieron tener una relación abierta, lo que para Frida resultó en una gran depresión en la que llegó a obsesionarse con Diego.
Mi amor, hoy me acordé de ti, aunque no lo mereces. Tengo que reconocer que te amo. Cómo olvidar aquel día cuando te pregunté sobre mis cuadros por vez primera. Yo chiquilla tonta, tu gran señor con mirada lujuriosa me diste la respuesta aquella, para mi satisfacción por verme feliz, sin conocerme siquiera me animaste a seguir adelante. Mi Diego del alma, recuerda que siempre te amaré, aunque no estés a mi lado. Yo, en mi soledad te digo, amar no es pecado a Dios. Amor, aún te digo si quieres regresa, que siempre te estaré esperando. Tu ausencia me mata, haces de tu recuerdo una virtud. Tu eres el Dios inexistente cada que tu imagen se me revela. Le pregunto a mi corazón por qué tú y no algún otro.
Frida Kahlo
8. De Pablo Neruda a Albertina Rosa
Albertina fue la inspiración detrás de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Conoció a Neruda mientras estudiaba francés, y tuvo un romance oculto con él hasta que el escritor le propuso matrimonio y la amenazó con casarse con alguien más si ella no aceptaba. Después de eso, Albertina dejó de escribirle.
Pequeña, ayer debes haber recibido un periódico y, en él, un poema de la ausente (tú eres la ausente). ¿Te gustó, pequeña? ¿Te convences de que te recuerdo? En cambio, tú, en diez días, una carta. Yo, tendido en el pasto húmedo, en las tardes pienso en tu boina gris, en tus ojos que amo, en ti. Salgo a las cinco a vagar por las calles solas, por los campos vecinos. Solo un amigo me acompaña, a veces.
He peleado con las numerosas novias que antes tenía, así es que estoy solo como nunca, y estaría como nunca feliz si tú estuvieras conmigo. El ocho planté en el patio de mi casa un árbol, un aromo. Además, traje de las quintas, pensando en ti, un narciso blanco, magnífico. Aquí, en las noches, se desata un viento terrible. Vivo solo en los altos y a veces me levanto a cerrar la ventana, a hacer callar a los perros. A esa hora estarás dormida (como en el tren) y abro una ventana para que el viento te traiga hasta aquí, sin despertarte, como yo te traía.
Además, elevaré mañana, en tu honor, un volantín de cuatro colores y lo dejaré irse al cielo de Lota Alto. Recibirás, querida, una de estas noches, un largo mensaje a la hora en que la Cruz del Sur pasa por mi ventana. A veces, hoy, me da una angustia de que no estés conmigo. De que no puedas estar conmigo, siempre.
Largos besos de tu Pablo.
Pablo Neruda
9. De Yoko Ono a John Lennon
La esposa de John Lennon, a 27 años de su fallecimiento, escribió una carta a quien fuera su compañero por tantos años, pero también a quienes le admiraron y que, como ella, sufrieron su pérdida. En la carta describió momentos de su vida cotidiana y cuánto lo extraña, invitando a quien la lea a valorar a sus seres queridos mientras se encuentran en vida.
Te extraño, John. 27 años han pasado, y todavía deseo poder regresar el tiempo hasta aquel verano de 1980. Recuerdo todo, compartiendo nuestro café matutino, caminando juntos en el parque en un hermoso día, y ver tu mano tomando la mía, que me aseguraba que no debía preocuparme de nada porque nuestra vida era buena. No tenía idea de que la vida estaba a punto de enseñarme la lección más dura de todas. Aprendí el intenso dolor de perder un ser amado de repente, sin previo aviso, y sin tener el tiempo para un último abrazo y la oportunidad de decir “Te amo” por última vez. El dolor y la conmoción de perderte tan de repente está conmigo cada momento de cada día. Cuando toqué el lado de John en nuestra cama la noche del 8 de diciembre de 1980, me di cuenta que seguía tibio. Ese momento ha quedado conmigo en los últimos 27 años, y seguirá conmigo por siempre.
Aún más difícil para mí ha sido observar lo que le fue quitado a nuestro hermoso hijo, Sean. Él vive en silencio la ira de no tener a su papá, a quien amaba tanto, y con quien compartía su vida. Sé que no estamos solos. Nuestro dolor es compartido con muchas otras familias que sufren como víctimas de una violencia sin sentido. Este dolor tiene que parar.
No dejemos que se desperdicien las vidas de aquellos que hemos perdido. Juntos hagamos del mundo un lugar de amor y alegría, y no uno de miedo y rabia. Este día en que se conmemora el fallecimiento de John, se ha hecho cada vez más y más importante para mucha gente alrededor del mundo como un día para recordar su mensaje de paz y amor, y hacer lo que cada uno de nosotros pueda para sanar este planeta que nos acoge.
Piensen en paz, actúen la paz y extiendan la paz. John trabajo por ella toda su vida. El solía decir “No hay problemas, solo soluciones”. Recuerden, estamos todos juntos. Lo podemos hacer, debemos hacerlo. ¡Te amo!
Yoko Ono Lennon
10. De Julio Cortázar a Edith
Muchos creen que Edith inspiró a “La Maga” del libro Rayuela, escrito por Cortázar. Ellos se encontraron por casualidad en París, antes de tener una relación. Julio volvió a Argentina y, después de un tiempo, decidió regresar a Francia y establecerse ahí. Es en ese momento en donde escribió esta carta.
Querida Edith:
No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear muchas veces por París, para ir a escuchar a Bach a la Sala del Conservatorio, para ver un eclipse de Luna en el parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para prestarle un suéter verde (que todavía guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban).
Yo soy otra vez ese, el hombre que le dijo, al despedirse de usted delante del Flore, que volvería a París en dos años. Voy a volver antes, estaré allí en noviembre de este año. Y desde ahora pienso, Edith, en el gusto de volverla a encontrar y, al mismo tiempo, tengo un poco de miedo de que usted esté ya muy cambiada, sea una parisiense completa, hablando el lenguaje de la ciudad, y los hábitos de la ciudad, y todo eso que yo tendré que ir aprendiendo poco a poco, con cuanto trabajo.
Tengo además miedo de que a usted no le divierta la posibilidad de verme, que, al contrario, le fastidie este recuerdo de Buenos Aires, ya que yo soy un poco Buenos Aires, eso que usted dejo atrás. Por eso le pido desde ahora, y se lo pido por escrito porque me es más fácil, que no vaya a crearse problemas de “buena educación” cuando yo la busque en París. Si usted está ya en un orden satisfactorio de cosas, le pido que me lo diga sin rodeos. ¿Por qué no? Sería mucho peor disimular el aburrimiento.
Si le choca este tono un poco vehemente, le pido perdón. Sobre todo, cuando nunca le escribí una sola línea, ni hice nada por comunicarme con usted. La verdad es que deseaba volver, no escribir; arreglar mis cosas para volver a París, y allí, un buen día, encontrármela, y seguir siendo buenos camaradas como antes. A usted no le reprocho que no me haya escrito. Me parece perfectamente natural. Demasiado intensamente estará viviendo para dedicarse a las pálidas tareas epistolares. Pero me gustaría que alguna vez se haya acordado de mí, como yo me he acordado mucho aquí, cada vez que el recuerdo de aquel tiempo me volvía como un aire fresco.
Creo que estaré en París en la primera semana de noviembre. Gané una de las becas del gobierno francés y, probablemente, iré a alojarme a la Cité universitaire. Por lo demás, estoy quemando aquí las naves, y tengo la firme intención de quedarme en París. Algunos amigos que tengo me buscan en estos momentos algún trabajo para completar mi presupuesto (las becas son miserables y no alcanzan para nada); espero poder irme arreglando.
(…)
Querida Edith, no se enoje por esta carta, o, si se enoja, que sea un enojo bonito y que pase pronto. Me gustaría que le gustara (vea como repito las palabras, y eso que mi maestra de quinto grado se mataba corrigiéndome el vocabulario y enseñándome sinónimos), me agradaría que le agradara alguno de mis cuentos. Si usted ya no está en la dirección a donde le mando mi carta, y con todo se la hacen llegar, ¿será buena y me mandará su dirección para que yo, una tarde, lleno de alegría, pueda…? (¡Suspenso! Lo que quiero decir es que no me gustaría encontrar la casa vacía, o que usted se mudó a Burdeos, o a Lyon, o que vive en la tour d’Olivier de Clisson, que tanto me gusta). ¿Verdad que me va a mandar su dirección, si la ha cambiado?
Edith, hasta dentro de poco, con el mucho afecto de…
Julio Cortázar