“Las mujeres de hoy en día son muy perezosas”, “Nuestras madres nos criaron sin un robot de cocina y eran felices”: con mucha frecuencia estas frases pueden salir, no solo de la boca de los hombres, sino también de muchas mujeres. En sus mentes se perfila un lindo dibujo pastoral de una campesina con una melena trenzada y mejillas rosadas, dando el pecho a su bebé regordete, mientras que su hija mayor, con alegría, ordeña una vaca y ayuda a su madre a fregar suelos. Todos eran felices y vivieron hasta alcanzar los 100 años. En realidad, las cosas fueron bastante diferentes.
Decidimos indagar sobre los distintos estereotipos acerca del pasado y ver si antes era, realmente, mejor y este es el curioso resultado.
“Las mujeres eran bellezas increíbles con largas melenas, no como las chicas de hoy con labios perfilados”
Para empezar, imaginemos la vida de una mujer entre finales del siglo XIX y principios del XX. Una residente en la ciudad trabajaba como enfermera, mecanógrafa, operadora de telefonía, trabajaba en una fábrica o vendía boletos de un tranvía. En el campo, cuidaba del ganado y cultivaba la tierra.
El arduo trabajo, el sol abrasador, los partos frecuentes, un bajo nivel de medicinas socavaban la salud de la mujer y, al llegar a los 30 años, se convertía ya en una anciana. La famosa etnógrafa Olga Semenova Tyan-Shanskaya se dedicó a estudiar la vida y la cultura de los campesinos de Europa del Este. En sus ensayos, describe así el aspecto de la mujer en las aldeas:
“Las ideas de los campesinos sobre la belleza son muy primitivas. Las mujeres en nuestra zona, por supuesto, son hermosas, altas y a la edad de 15-16 años se muestran erguidas (tras pasar esa franja de edad, sus figuras se deterioran debido a un duro trabajo). Cuanto antes se case la chica, más pronto adquiere un aspecto apagado y con síntomas claros de agotamiento”.
“Los matrimonios eran más sólidos porque se producían pocos divorcios”
En la primera mitad del siglo XX, todavía existían matrimonios en base a un contrato, los hijos de empresarios se casaban principalmente con hijas de poseedores de industrias, comerciantes y funcionarios. El divorcio era algo fuera de lo común y existen varias razones que explican esto: la condena pública, la influencia religiosa y las dificultades legales para iniciar un proceso de separación legal. Para que una mujer pudiera poner fin a su matrimonio, se necesitaban pruebas sólidas: infidelidades periódicas y maltrato físico de manera reiterada. El proceso de divorcio era costoso y solo los ricos podían permirtírselo.
“Las mujeres en el campo daban a luz a 10 hijos sin problemas”
Las mujeres, realmente, daban a luz con elevada frecuencia, pero no se debe obviar tampoco el alto nivel de mortalidad infantil. Por ejemplo, el famoso inventor y armero Mikhail Kalashnikov fue el decimoséptimo hijo de una familia en la que nacieron 19 pequeños y solo 8 lograron sobrevivir. La mortalidad más alta entre los niños recaía en bebés menores de un año. Fallecían principalmente por infecciones, condiciones higiénicas adversas y graves problemas de nutrición. A menudo, la madre no tenía los conocimientos necesarios sobre cómo cuidar al bebé y este acababa muriendo por unos cuidados inadecuados.
El parto en sí mismo también también era un proceso que conllevaba enormes riesgos. Las mujeres fallecían a causa de enfermedades infecciosas: sepsis (fiebre puerperal), infección neumocócica, peritonitis y similares. La infección respondía principalmente a consecuencia de tocar heridas con manos sucias o con herramientas no estériles y, con menos frecuencia, debido a un aire contaminado.
“Los partos frecuentes rejuvenecen el cuerpo, por eso antes las mujeres no padecían enfermedades oncológicas”
A lo largo de toda la historia, la humanidad ha padecido diversas enfermedades relacionadas con el cáncer. Algunos de los primeros síntomas de este se descubrieron entre las momias humanas de los tiempos del Antiguo Egipto. En la segunda mitad del siglo XIX, los científicos aprendieron a diagnosticar y tratar el cáncer de mama. Los intentos de tratamiento no siempre tenían éxito ni estaban al alcance de los residentes en las urbes.
En las zonas rurales, siempre existía un problema relacionado por la falta de acceso a la atención médica y la mayoría de las enfermedades ni siquiera se diagnosticaban. Debido a los partos frecuentes y el esfuerzo físico severo, las mujeres sufrían del prolapso uterino. Las enfermedades infecciosas eran muy comunes, como por ejemplo la viruela, tuberculosis, disentería, sarampión, cólera y el tifus. Desde desnutrición a partos y trabajo arduo, la mujer envejecía ya al llegar a los 30 años, por lo que su figura se echaba a perder y se veían agotadas.
“Las mujeres no trabajaban y se dedicaban a las tareas del hogar, algo mucho más liviano”
Las feministas malvadas y horribles privaron a las mujeres de la oportunidad de quedarse en casa, preparar comida para el marido y criar a los hijos. Y ahora las mujeres se ven obligadas a trabajar a la par con los hombres para tener un sustento económico. Este mito es apoyado activamente por películas, libros y publicaciones pseudohistóricas.
En realidad, las mujeres en las zonas urbanas trabajaban en fábricas, como empleadas domésticas, maestras, enfermeras, en oficinas, minas, y así sucesivamente. En la industria textil trabajaban, principalmente, mujeres y niños, cuyo salario era muy inferior al de los hombres. Unos días antes de dar a luz, en algunas empresas, una mujer podía solicitar un permiso especial para cuidar de su nuevo hijo.
En las zonas rurales y menos pobladas las cosas eran un poco diferentes. Al día siguiente de dar a luz, las mujeres volvían a su rutina diaria: cortaban leña, calentaban estufas, horneaban pan, y unos días más tarde iban a trabajar al campo o a cuidar del ganado. Se llevaban con ellas a los bebés o los dejaban en casa al cuidado de ancianos o hijos mayores.
Con el permiso de su esposo, una mujer podía convertirse en empleada en el campo. El trabajo, allí, no estaba dividido entre hombres y mujeres, excepto que no se confiaba en las mujeres para llevar al caballo arando por las tierras cultivables, ni se les permitía trabajar en cuestiones de herrería.
No debemos olvidar que a todo esto se sumaba al “trabajo por ser mujer” como lavar, limpiar, cocinar y preparar alimentos para el invierno, tareas con las que el hombre, entonces, nunca estaba comprometido.
“Las mujeres daban el pecho hasta los 3 años y eran buenas madres”
La maternidad era considerada la principal función de la mujer. En 1919, se desarrollaron las primeras leyes enfocadas a la protección de las mujeres antes y después de dar a luz a un hijo. Al concluir la licencia de maternidad, la recién mamá, por normal general, se reincorporaba al trabajo. Del bebé cuidaban sus hermanos mayores o parientes de avanzada edad, mientras que en las ciudades, el bebé era llevado a una institución dedicada al cuidado y crianza de los niños (la antesala de los kínder de hoy en día).
En los pueblos de Europa del Este, por ejemplo, las mujeres se ponían a trabajar inmediatamente después del parto. Olga Semenova-Tyan-Shanskaya escribió lo siguiente en su libro:
“El niño, una hora o más, gateaba por el lodo, sucio, mojado, gritando y llorando. Para que se callase, a veces, se le daba en las manos una papa asada, una manzana cruda, un pepino y similares. A veces, tratando de sobrepasar por el alto umbral de la cabaña, caía, se hacía daño y se lastimaba todo el rostro. Él, por supuesto, su papa asada o pepino lo rebozaba con el barro y el estiércol y, ya de este modo, se los comía, a veces mezclándolo con lo que se le caía de la nariz. Comía las sobras del abrevadero para los cerdos, bebía de este mismo, agarraba con sus manos lo que fuera. A veces, se llenaba la boca con la tierra, la tragaba…”.
“Todos comían alimentos naturales, vivían mucho tiempo y gozaban de buena salud”
A principios del siglo pasado, la esperanza media de vida en Europa era de 31 años, pero para los años 60 esta cifra se había duplicado. La elevada mortalidad recaía principalmente en los niños menores de 5 años. Una nutrición escasa en el seno de la familia de trabajadores y campesinos ocasionaba un efecto perjudicial sobre la salud, en primer lugar, de los pequeños y las mujeres.
Uno de los problemas más agudos del siglo XX era la hambruna, motivo por el que murieron alrededor de 70 millones de personas, principalmente, habitantes de zonas rurales. Así, alrededor de un tercio de la población de la región del Volga falleció por hambre, mientras que la hambruna en Alemania se llevó las vidas de más de 500 000 personas.
Aunque los alimentos eran naturales, las personas se veían afectadas por una falta de vitaminas y minerales, motivo por el que los científicos trataban de desarrollar complejos vitamínicos al objeto de resolver este problema.
“Las ciudades han liberado a las mujeres del trabajo doméstico”
“Los matrimonios exitosos comienzan en la cocina”.
El traslado masivo a las ciudades y la liberación del trabajo en las aldeas realmente facilitaron la vida de la mujer, pero no la salvaron de tener que hacer todas las tareas del hogar, por regla general, sin la ayuda de su esposo.
A principios de los años 20, el trabajo doméstico ocupaba más del 95 % del tiempo no laboral de una mujer, y 55 años más tarde, este índice se redujo al 58 %. Por ejemplo, en el libro “El trabajo y vida de las mujeres soviéticas”, publicado en 1978 en la URSS, se estimó que los hombres dedicaban a los quehaceres domésticos 11 horas a la semana, mientras que las mujeres, 26. En “la vida cultural cotidiana” (por ejemplo leer, ver la televisión, ir al cine y al teatro, así como otras actividades de este tipo) los hombres disponían de 21 horas semanales, las mujeres, 13.
A pesar del hecho de que en el mundo moderno las diferencias de género van nivelándose, las mujeres aún realizan un 60 % más de tareas domésticas que los hombres. De media, los varones dedican a quehaceres del hogar 15 minutos al día, mientras que las mujeres, 45. Pero esta brecha se está reduciendo poco a poco.