Cuando tenemos el acostumbrado sentimiento de culpa luego de comer una barra de chocolate, o nos paramos en la balanza con el corazón en la boca después de las fiestas, o metemos el estómago antes de mirarnos en el espejo, rara vez nos ponemos a pensar por qué actuamos de esa manera. Unos cuantos kilos de más no harán que la vida sea más corta o peor. Entonces, ¿por qué no nos deja en paz el peso extra, el nuestro y el de los demás?
Decidimos compartir contigo el texto intransigente de la autora del blog “Tamara, ¿qué diablos?”, Tamara Dedikova (Odonata). Tal vez te haga reflexionar acerca de si la ansiedad excesiva sobre el peso extra no nos está privando del derecho a una vida feliz.
Actualmente vivo en la ciudad tailandesa Hua Hin, que es famosa por ser un tranquilo lugar turístico para los jubilados europeos y de peregrinación de los kiters. A fines de enero, en uno de los grupos locales de Facebook apareció una foto tomada en la playa: tres mujeres con sobrepeso mirando a los deportistas practicar. Me mostraron esa foto entre burlas y risas. Respondí que era estúpido y cruel fotografiar personas extrañas sin permiso y subir sus fotos a Internet para burlarse de ellas.
Un par de meses más tarde, esa foto volvió a aparecer en mi muro de nuevo: un conocido la publicó con un comentario venenoso, diciendo “sí, promotoras de body positive, sigan clamando sobre cómo todos las oprimen, mientras los chicos activos conquistan el agua”. Ya quería correr con los puños en alto para defender el honor de esas mujeres desconocidas, pero me calmé a tiempo y decidí discutir sobre eso más adelante.
Pero esta foto y las toneladas de veneno que los “graciosos” de la red lanzaban sobre estas mujeres que se atrevieron a estar gordas, se atrevieron a pararse en una hermosa playa con sus feos cuerpos e impedir que los caballeros disfrutaran de la vista de los kiters flotando, me alcanzaron por tercera vez.
Resulta que en abril traje a Tailandia a mi madre. Y sí, mi madre no se parece a una famosa celebridad de fitness de Instagram. Se parece a una simple mujer entrada en años. Tiene panza y tiene trasero. Y celulitis, y un enorme traje de baño. Se compró un sombrero grande, unos anteojos de sol y unas chanclas de goma.
Sí, seguro que las personas gordas son las culpables de su exceso de peso. ¿O acaso es tan difícil? Batidos, quinoa, aguacate, un poco de yoga. Deja de comer chatarra y sentarte todo el día en el sofá y tendrás una figura hermosa y nadie se sentirá avergonzado por tu aparición en la playa.
Pero por alguna razón, mi madre no practicó yoga durante los últimos 40 años. Y no bebió batidos. Y difícilmente sepa lo que es la quinoa, y aquí está el resultado. Por alguna razón, durante los últimos 40 años mi madre trabajó como doctora. Me crió a mí y a mi hermano. Sufrió un duro divorcio y una terrible falta de dinero. Ayudó a los familiares. Curó, confortó, llevó a la cama, revisó los cuadernos de comunicación, fue a las reuniones de padres, reparó departamentos, contó los días hasta el cobro del salario. Y trabajó, trabajó, trabajó. Y todavía sigue trabajando. Pero, por alguna razón, no hizo yoga.
Curó cientos de personas. La gente iba a su oficina con ramos de flores y pasteles desde que recuerdo. No porque quisiera “sobornarla”, sino porque curaba bien. Pero no bebe batidos. Sabe todo lo que se puede y no se puede saber sobre la anestesia, sobre la farmacología, sobre lo que se puede prescribir cuando, en realidad, no se puede del todo. Sabe cómo hacer pasar a una persona con dolor agudo y billetera vacía. Seguramente no sea lo correcto. Pero lo sabe igual.
Pero, por algún motivo, no sabe absolutamente nada sobre la quinoa.
Y tampoco sabe que el mar puede ser cálido incluso de madrugada. Que las piñas frescas y las que se venden en las tiendas de nuestra ciudad natal no saben igual. Que el masaje tailandés se hace con la ropa puesta. Que los elefantes salen a la carretera y detienen el tránsito. Así que este año decidí que, sin importar nada, le mostraría a mi madre cómo es el mundo un poco más allá de la ciudad en la que nació y creció.
Me duele muchísimo cuando, al ver un plato desconocido, me pregunta por enésima vez: ¿no tiene demasiadas calorías? Y cada vez le miento, le digo no, claro que no, para nada. Esto es Asia, ¿ves lo delgados que son todos aquí?
Mi mamá sabe que no puede comer nada graso, dulce, con harina, frito, horneado, con salsa o con papas. Hizo todas las dietas posibles, desde que la recuerdo. Ella odia cada pastel que le traen sus amados pacientes porque contienen una enorme cantidad de calorías. No deja de querer a sus pacientes, pero les regala los pasteles a las enfermeras. Y, por supuesto, muchas veces come en exceso después de otra dieta.
A menudo, a las personas con sobrepeso se les dice, tratando de consolarlas: “No te preocupes tanto. Tu peso solo te preocupa a ti”. Y no es verdad. Tu peso es de lo que se habla a tus espaldas. Tu peso es lo que se tiene en cuenta para otorgarte cualquier clase de característica. Te juzgan todos los idiotas de la cafetería en la que entras. Si pides una ensalada, ellos o bien asienten con aprobación o bien piensan: “¿A quién intentas engañar, eh?”. Si pides una hamburguesa, en las mesas vecinas se darán un festín de comentarios: “¡Mira! ¡La gorda se mete los pedazos de esa grasosa hamburguesa! ¡Qué feo y asqueroso! En vez de cuidar de su cuerpo y ser inteligente y bella, como yo”.
Yo también observo cuidadosamente cómo come mi madre. Cómo prueba platos nuevos y por fin disfruta de la comida. Cómo se relaja y deja de darse vuelta para ver si no la miran.
¡En tan solo dos semanas logré que ella, una excelente doctora, una increíble persona que crió a dos hijos e hizo un montón de cosas importantes en la vida, coma y no se sienta como la peor de las personas! Aquí nadie la condena por el hecho de que su trasero no se parece al de una chica de Instagram de veinte años. ¡Es un hermoso, increíble país!
Gracias a Dios que mi madre no sabe que en un grupo sobre Hua Hin unas personas hermosas con buen sentido del humor y hermosos cuerpos todavía corren con cámaras por la playa, tomando fotos de mujeres desconocidas cuyos cuerpos no se ajustan a los altos estándares de los dioses de la playa. Y luego otras personas inteligentes y maravillosas mandan esas fotos por la red y les dicen a sus lectores que deben ser inteligentes y hermosos y hacer yoga. Y que ser estúpido y gordo es malo. Además, ¿acaso no has oído nada sobre la quinoa?
Verás, el body positive del que es tan cómodo y divertido reírse, no es sobre el hecho de que no hay cuerpos feos. Por supuesto que los hay. Y no es sobre el hecho de que solo los tontos no hacen deportes. Y ni siquiera es sobre el hecho de que hay que usar una talla mayor a la 50.
Body positive es sobre el hecho de que el cuerpo puede ser de cualquier forma. Si quieres, puedes y te gusta practicar deportes y seguir una dieta cuidadosamente, es genial. Si ganaste la lotería genética y puedes darte el lujo de no pensar en cuántas calorías hay en el requesón y si es una buena idea o no comerse una banana, bien. Ser superdeportivo, levantar pesas, sentarse en posición de loto o ser un vegetariano que vive en Bali es genial, nadie dice que no. Pero no es necesario. La delgadez no es una obligación.
Puedo tener mil y un motivos por los que me veo de esta manera y no de otra, y tú no los conoces. Puedo pesar casi 100 kg porque paso varias horas en el gimnasio todos los días, preparándome para las competiciones, y debo ganar todavía más músculo, o puedo pesar 40 kg porque estoy acostado en el sofá en una profunda depresión y no puedo comer. Puede que tenga trastornos de la alimentación. Mi glándula tiroides puede fallar y mis hormonas pueden estar haciendo cualquier cosa con mi cuerpo. Puedo tener una excelente genética y abdomen hermosamente marcado con hacer tan solo un minuto de plancha una vez por semana. Es posible que tenga un metabolismo rápido, un metabolismo lento, una tendencia a tener sobrepeso o a ser demasiado delgada.
Mi cuerpo puede ajustarse a las normas de “belleza” aceptadas hoy, y puede no hacerlo. Si lo deseo, puedo “alcanzar” estos estándares, y puedo no alcanzarlos sin importar mi esfuerzo; puedo, simplemente, mantener mi cuerpo saludable y funcional. Pero este es un asunto mío, no tuyo.
El deporte es genial, de verdad. Pero es como tocar el violín. Admiramos a los virtuosos, y siempre es agradable ver cómo un gimnasta musculoso gira sobre sus brazos. Pero asumir que todos inmediatamente deben correr y gastar el precioso tiempo de su vida estudiando el violín para “bueno, al menos tocar la obra elemental de Paganini, cuanto menos” es una tontería.
Y si piensas que todas las personas, independientemente de su edad, género, genética, biografía, restricciones corporales, salud, lugar de residencia y todo lo demás, deben ser delgadas para tener derecho a ir a la playa: vete a pasear, ¿ok?