Meegan Hefford era una madre de 25 años de edad, amante de la vida sana, mantenerse en forma y la dieta saludable.
Su pasión por ese estilo de vida se convirtió en una verdadera obsesión tras su segundo embarazo. Meegan sufrió una depresión posparto y debido a los medicamentos que tuvo que tomar, subió drásticamente de peso.
Por lo que decidió regresar al gimnasio, a sus rutinas de ejercicio y a su costumbre por beber batidos de proteínas.
Su madre, Michelle White, cuenta que al principio estaba orgullosa de su hija, al ver lo saludable que era, lo exigente que era consigo misma y cómo era una “máquina de levantar pesas”.
Meegan pasó del amor por su figura a querer ser fisicoculturista.
Pero para poder cumplir su sueño, su madre tuvo que prácticamente hacerse cargo por entero de sus hijos, así ella podría entrenar durante las noches. Y las dietas y las rutinas se volvieron cada vez más intensas.
“En pocos meses, su amor por el buen estado físico se convirtió en una obsesión por su imagen corporal. Si yo no estaba libre para cuidar a los niños y su esposo estaba trabajando, ella se aterraba”, relató White.
“Faltar un día de entrenamiento era el fin del mundo. No estaba satisfecha a menos que pudiera entrenar dos horas todos los días”, agrega.
“Sus comidas eran siempre las mismas: pollo, carnes rojas y claras de huevo, a veces con verduras al vapor al lado, y siempre un batido de proteínas para beber”, dijo la madre.
Poco sabía que el exceso de proteínas puede ser muy perjudicial. Fue entonces cuando comenzó su destino fatal, era junio de 2017.
Una mañana, su madre vio que las manos de Meegan temblaban, pero ella quiso continuar. Días después accedió a descansar, quedándose en el sofá, algo que no había visto hace años en ella.
Pero dos días después, sucedió una tragedia. Recibió una inesperada llamada de los paramédicos que la encontraron inconsciente en su departamento.
La mujer corrió al hospital y entró en shock al verla llena de cables, cuando usualmente era una joven llena de salud. Aunque era difícil de asimilar, tenía fe en que se repondría, pero al día siguiente recibió la peor noticia: los médicos declararon que tenía muerte cerebral.
La madre recuerda que lloró desesperadamente. Le informaron que Meegan tenía un trastorno del ciclo de la úrea, que es el proceso natural en el cual el cuerpo elimina químicos como el amoniaco, procedente de los aminoácidos sobrantes de las proteínas. Este se desecha en forma de una enzima llamada urea.
Esa condición le impidió a Meegan eliminar todos los excesos de proteínas que consumía, lo que provocó una acumulación de amoniaco en su sangre, que llegó a su cerebro causándole un daño irreversible.
“El médico me recomendó que era hora de dejarla ir. Me senté a su lado y la besé en la frente. Nos despedimos y tomamos la decisión de donar sus órganos, que salvaron la vida de cuatro personas”, contó Michelle.
Después de la dolorosa partida de Meegan, tras unos análisis Michelle descubrió que tanto ella como su nieta Alexa padecían el mismo trastorno, pero con medicamentos y dieta balanceada se puede controlar.
Pero si Meegan tan solo lo habría sabido pudo haber evitado su muerte.
Michelle ahora quiere advertir de que los interminables batidos de proteínas fueron los culpables de acabar con la vida de su hija silenciosamente.
De hecho, después de su muerte descubrió que tenía un plan de dieta hecho por su entrenador personal basado exclusivamente en proteínas, y que todos sus armarios estaban repletos de suplementos de proteínas.
Ahora ella se empeña en difundir un mensaje de concientización para que sólo profesionales especializados estén facultados para dar consejos sobre dietas y que esos suplementos se vendan bajo receta médica, o que las personas se hagan exámenes exhaustivos antes de ingerirlos.
“Es demasiado tarde para Meegan, pero espero que, al compartir su historia, ella pueda salvar a otra familia de este dolor”, concluye.
No te vayas sin compartir esta valiosa información con la que se podría salvar una vida.
(CP)